Había gente. Había tanta que para poder describirlo no sería suficiente con poner la palabra 'gente' 500 veces en esta columna. Fueron miles las personas que se reunieron anoche en la calle Larios para mirar las bombillas y celebrar el milagro de la electricidad. La luz volvió a encontrar su utilidad como instrumento de dominación de masas. Y anoche hubo gente para amasar. Anoche hubo tanta gente que la noticia dejó de ser la iluminación. La noticia era la gente. Y no vamos a ser de esos que hablan siempre de la gente en tercera persona, como si no fuera con ellos. Anoche nosotros también fuimos gente. Estábamos allí. Fuimos uno de ellos. Bajo la luz de los focos y deslumbrados de Navidad.
Incluso entre la gente que no puede pagar su recibo, en Málaga celebrar la luz es una tradición. La iluminación navideña se ha convertido casi sin darnos cuenta en nuestra mascletá. En nuestro caso será diaria. Anoche, en cuanto sonó aquella música más o menos sincronizada con los fogonazos, se escucharon miles de gemidos impresionados, como de alivio, y sobrevoló sobre nosotros la imagen más pura de nuestro tiempo, que es la de los teléfonos móviles dibujando una marea lumínica que se mueve con el pulso de quien prefiere compartirlo antes que vivirlo. La gente, esa gente de la que todos formamos parte de manera indisoluble, se hacía fotos en cada esquina, delante de los mimos, en la puerta de los estancos o posaba con alguno de los miles de globos que repartieron y que dicen que Málaga está muy bien, muchísimo mejor que antes. Cuando pensábamos que lo único que echábamos de menos eran las lámparas de araña del año pasado, justo entonces, de repente, llegaron ellos:
Siempre Así es un grupo que debería cambiarse de nombre y llamarse Siempre Aquí, porque no hay año en el que no vengan a Málaga por lo menos una vez, casi siempre al abrigo de la municipalidad. La próxima, en febrero. Su música es la versión pijorrumbera del chunda chunda, la quintaesencia de ese abolengo sevillano, andaluz y tremebundo que debería llevar grabada la marca de Tous en cada detalle. Poco importó que el concierto costara 50.000 euros para encontrar en el conjunto algún síntoma de compasión. La gente bailaba sevillanas, quizás porque los villancicos no son fáciles de bailar. Sólo faltó sobre el escenario un «se ha perdido un niño» para aportar el definitivo toque feriante a este espectáculo. Porque la noche, igual que todas seguramente, iba poco a poco mutando hacia otra cosa, en este caso hacia un 'todo en uno'. Hubiera bastado un traslado del Prendimiento para producir la inigualable fusión de tres elementos en un único tiempo y espacio: Semana Santa, Feria y la Navidad más luminosa que se puede uno echar a la cara en un país espléndido con un sistema que nos brinda estas emociones. Seguro que esta vez nos han visto desde el espacio.
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