El estrambote del célebre poema cervantino viene que ni pintado al final del culebrón (hasta el último a acto lo programaron a la hora de la siesta) protagonizado por ese esperpento de Puigdemont en fuga y demás mártires de la causa secesionista. Nos temíamos en esa primera hora de la tarde que todo se nos había ido definitivamente de las manos, y ya casi veíamos a miles de independentistas armando jaleo por toda Barcelona ocupando con sus capas esteladas los principales edificios públicos, clamando desaforados por la marcha de la Guardia Civil, poseídos por ese espíritu infantil y delirante que proclamaba la nueva y ansiada independencia.
Nada de eso ocurrió, sobre todo porque apenas un par de horas después de que un diezmado Parlament terminara de entonar Els Segadors con mucha pena y ninguna gloria, compareció ante los medios (y en los medios) el presidente Rajoy para llevar a cabo en apenas unos minutos la mejor faena política que quizá se recuerde por muchos años: Primero, firmeza ante el inadmisible desafío independentista; después, aplicación inmediata del 155 autorizada por el Senado, o lo que es lo mismo, la respuesta del estado de derecho dentro del marco legal; y para terminar, la puntilla en forma de disolución del Parlament con convocatoria inmediata de elecciones. Pocas veces una decisión política en un escenario tan crítico ha tenido un efecto más demoledor en el enemigo, que no adversario, dejándolo sin argumentos.
No se me escapa que la cara positiva de la decisión gubernamental tiene también su cruz, y aparte de los riesgos que una convocatoria electoral siempre conlleva, hay un tufillo de componenda con reforma constitucional incluida que tampoco nadie ha hecho demasiado por negar. Pero sobre esos temores ciertos dos cosas sobresalen: la fortaleza del Estado y los mecanismos eficaces de éste para doblegar la voluntad insurreccional (desde el ejercicio de la auctoritas por el Rey a la práctica rigurosa de la potestas por las autoridades competentes) y, no menos importante, la salida a flote en la marejada de la cara verdadera de nuestros políticos. Y si en éstas algunos han salido claramente reforzados (el mencionado Rajoy, la emergente Arrimadas o hasta el rescatado Sánchez), no se puede decir lo mismo de los que siguen dictando sus lecciones de justicia social mientras coquetean con el nacionalismo más insolidario.
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