Foto: P. Zamora |
Christina Rosenvinge comienza su carrera profesional en los años ochenta. Desde entonces se ha escrito tanto sobre ella y ha concedido tantas entrevistas que una se pregunta qué os queda a los fans por saber. Pues no debería sorprenderos tanto la necesidad de este encuentro entre Christina Rosenvinge y Pikara Magazine porque tanto fans como simples conocedores de su música os habréis dado cuenta de que la trayectoria musical y vital de esta cantante y letrista madrileña no se caracteriza precisamente por su inmutabilidad. Al contrario, pese a mantener un estilo reconocible, su carrera puede contarse por los diferentes giros que ha dado y los variados caminos que ha recorrido, en compañía y en solitario, en España y en el extranjero, en castellano y en inglés, en la música y en el cine…
Podría hacer una lista, pero son tres los motivos principales por los que os traemos esta conversación con Christina justo ahora y no en otro momento. El primero es su nuevo disco Un hombre rubio, del cual ya ha dado algún que otro adelanto prometedor (“Romance de la Plata”, dedicado a su padre, y el último, despidiendo el 2017 y dando la bienvenida al 2018, con “Ana y los Pájaros”) y cuya salida el próximo mes de febrero esperamos con impaciencia (así como sus conciertos, ya confirmados, el 3 de marzo en la sala Joy Eslava de Madrid y el 8 de marzo en la Sala Apolo de Barcelona). El segundo motivo es la transversalidad con la que el feminismo ha estado presente siempre en su obra y en su vida, hasta ser habitual verla apoyando activamente festivales e iniciativas como Empower Music. Y por último: que ella misma nos ha confesado que es una gran seguidora de Pikara, ante lo cual no podemos hacer otra cosa que derretimos.
Sé que para ti el éxito nunca se ha medido por el dinero. ¿Qué entiendes entonces por éxito? ¿Consideras que has tenido una carrera profesional exitosa?
Sí. Estar presente en una industria que se traga y desecha a la gente en un lustro como mucho ya es un triunfo. Tengo una banda potentísima con la que estoy ensayando para la gira del nuevo disco, que sale en febrero. También estoy preparando un libro que recoge más de un centenar de letras y algunos escritos. En ese sentido soy muy afortunada. En el mundo de la música la crisis ha caído sobre otra crisis propia del sector. Si cuelgo la guitarra será por falta de financiación para hacer las cosas bien, pagando sueldos decentes y con recursos de producción, no de ganas. Ganas tengo de sobra.
Fuiste una de las primeras (y escasas) mujeres de referencia en el panorama del pop-rock alternativo español en tus comienzos. ¿Cómo lo viviste?
Me sentía como la pitufina. Siempre rodeada de tíos y preguntándome dónde están las otras. Ahora hay muchas más y todas fabulosas: Tulsa, María Rodés, María Arnal, Alondra Bentley, Vega, por citar solo algunas que me he cruzado estos días, pero seguimos siendo pocas respecto a los tíos. Cuando nos encontramos unas con otras hay abrazos aunque no nos conozcamos de nada. Hay hermandad.
¿Por qué no se ven tantas chicas en bandas de pop-rock tomando el protagonismo en el escenario?
Una mujer que quiere dar ese paso se tiene que enfrentar a la inercia patriarcal que presiona desde dentro y desde fuera. Para subirte a un escenario, dirigir una película o una empresa -¡o un país!- necesitas cultivar tres rasgos de personalidad que se consideran positivos en un hombre y negativos en una mujer. Todos empiezan por “a”. Autoestima (soy buena en esto), audacia (si fracaso sigo siendo buena) y ambición (quiero más y mejor porque ¡soy buena en esto, cojones!). Las mujeres estamos condicionadas para ocupar puestos secundarios en la vida, para estar al servicio de otro, para no llevar los mandos de la nave, aunque la nave ande gracias a nuestro esfuerzo.
“PARA SUBIRTE A UN ESCENARIO NECESITAS CULTIVAR TRES RASGOS QUE SE CONSIDERAN POSITIVOS EN UN HOMBRE Y NEGOATIVOS EN UNA MUJER: AUTOESTIMA, AUDACIA Y AMBICIÓN”
Cuando una mujer fracasa se plantea toda la misión con un sentido pragmático que es contrario al instinto egoísta y suicida que requiere ser artista. Hay que convencer a otros de que tu idea es buena, de que tienes talento, que hay que invertir dinero y esfuerzo en ella una y otra vez. El entorno no suele apoyar las iniciativas arriesgadas tampoco.
¿Cuántos padres animan a sus hijas a pasar la juventud en el local de ensayo, o tocando en garitos? ¿Cuántos novios aceptan estar entre el público animando? ¿Cuántos maridos están dispuestos a quedarse cuidando de los niños mientras tú te vas de gira con la banda? Por eso entre las mujeres que encuentres con instrumentos en la mano verás mayoría de lesbianas. No sufren el boicot del entorno afectivo de la misma manera, aunque la autoestima también les hace aguas muy a menudo.
Por otro lado está la cuestión del papel que representas sobre el escenario. El canal Disney ha hecho mucho daño. Hay muchas primeras figuras femeninas en el pop, pero lo tradicional es que hagan de divas, un modelo inalcanzable para una chica normal y además muy artificial, donde la música en sí no es tan importante como las cualidades físicas y vocales. Ahí no suele haber nada espontáneo o natural, sino un equipo de veinte personas detrás de un invento. Belleza y talento como escaparate de la interpretación idealizada de lo que debe ser una mujer, cuerpo perfecto, vozarrón y novio famoso.
Al igual que ocurre con el cine o los videojuegos, ¿la industria musical adolece de creadoras que aporten una perspectiva más plural?
Sí, los hombres tienden al androcentrismo a no ser que tengan una sensibilidad educada. Ni siquiera son conscientes de ello, les parece natural que no haya mujeres trabajando codo con codo o piensan que si no están es porque no quieren.
Faltan mujeres en el escenario, en las mesas de mezclas, escribiendo crítica, programando ciclos y festivales… Sobre todo faltan en la mesa de las decisiones, donde se decide qué lugar y qué valor se le da a las cosas. Las pocas mujeres que llegan a esa mesa suelen ser lobas solitarias, no tienen conciencia feminista. Suelen pensar: si yo he podido todo el mundo puede, y eso no es así. También llegó Obama a presidente en un país racista.
Faltan mujeres instrumentistas, que toquen en sus bandas o colaboren como músicas con otras artistas. La última que tuve como miembro fijo en la banda, Aurora Aroca, chelista y teclista, se fue a vivir a Coruña porque su novio era de ahí, ahora tiene un hijo y se dedica a pintar. Estaba harta y lo entiendo. Por lo menos por fin tengo una mujer, Anna Romeu, de jefa llevando mis cosas en el sello y en la contratación. Estoy en busca del equilibrio hormonal en la furgo pero no es fácil. Siempre ando preguntando por músicas profesionales que encajen conmigo, las pocas mujeres que hay suelen tener sus propios proyectos.
¿Es la pescadilla que se muerde la cola?
El círculo es difícil de romper. Hay pocas mujeres que se inicien porque hay pocas mujeres con éxito y que sirvan de ejemplo. Las que lo consiguen, además, no obtienen la exposición ni la valoración (visibilidad y prestigio) que tienen los hombres. Sus logros se atribuyen a otros, se banaliza su trabajo, se examina su físico, se cuestionan sus intenciones. La creatividad funciona con retroalimentación. Si a nadie le interesa lo que una hace, deja de hacerlo.
“SOY UNA FEMINISTA REFLEXIVA QUE ESCUCHA, COMPRENDE Y REPARTE PEDAGOGÍA EN TERCERA PERSONA. CREO QUE ES MEJOR QUE PRESENTARME COMO OTRA VÍCTIMA DEL SEXISMO”
Los productores y agentes de contratación son hombres heterosexuales que apuestan por proyectos masculinos. Lo hacen por dos razones: se identifican más y es mejor negocio. Los programadores de festivales dicen que las mujeres vendemos la mitad de tickets. Lo peor es que tienen algo de razón. Las mujeres nos identificamos con lo que un hombre dice o hace sin problema, somos capaces de empatizar, de reflejarnos en ellos. Vemos sus películas de guerra, disfrutamos de su música (incluso si es misógina), les votamos a pesar de que pasan de nuestros problemas, leemos sus novelas y sus artículos aunque ellos no nos lean a nosotras.
Los hombres heterosexuales no son capaces de identificarse con lo que una mujer dice o hace tan fácilmente, les cuesta verse reflejados en el discurso de una mujer, ni te cuento admirarla de otra forma que no sea sexual, ver en una mujer un modelo a seguir, una líder. Pídele a un tío que nombre a dos hombres a los que quiera parecerse y pídele que nombre a dos mujeres y observa cómo responde.
En el futuro se superará la dictadura del género, no me cabe duda. Cada uno elegirá quien quiere ser independientemente de lo que tenga entre las piernas. Será más variado y mucho más divertido. Entre el extremo hombre y mujer estará gran parte de la humanidad. ¡Ojalá llegue a ver algo de eso!
Según tu experiencia, ¿cuál sería la forma de salir de esta rueda?
Exponiendo el trabajo de las mujeres en igualdad de condiciones. Una solución es fomentar más ciclos de iniciativa femenina donde las mujeres seamos protagonistas y los hombres sean espectadores. La inversión pública debería atender escrupulosamente criterios de igualdad ya que la inversión privada no lo hace porque no lo ve rentable. El Ayuntamiento de Fuenlabrada ha puesto en marcha un proyecto, Empower music, con el que voy a colaborar para estimular la iniciativa femenina entre adolescentes. Facilitan locales, clases, incluso grabación.
La solución a la larga es educar en igualdad. Con un temario específico a lo largo de todos los ciclos educativos o bien de manera transversal en todas las asignaturas, hasta en religión. Hay que sentarse con los obispos. Esto es lo más complicado pero yo creo que no es disparatado. El Dios del siglo XXI debería pronunciarse sobre el machismo igual que se pronunció sobre la esclavitud y el racismo.
Mientras tanto las mujeres nos tenemos que apoyar incondicionalmente y aceptar la colaboración de los hombres que se desmarcan del patriarcado. Somos la mitad de la población y movemos la economía. Si optamos por pagar una entrada por una película dirigida por una mujer o por una banda femenina, por una dentista, una cirujana, una diseñadora gráfica…, estamos invirtiendo en igualdad. Yo hago esto desde hace mucho. No quiere decir que menosprecie a los hombres, que son compañeros y soporte de lo que hago, sino que intento dar la primera opción a una mujer porque otros no lo hacen.
“La gente conoce mi cara mejor que mi música”./ Pablo Zamora
Has comentado en alguna ocasión que llegaste al feminismo no tanto por tus experiencias personales sino por la experiencia común.
Me debí explicar mal, claro que soy feminista por mi propia experiencia, además desde que tengo uso de razón. He hablado siempre de feminismo, pero sin decir la palabra maldita, porque la gente no la comprendía hasta hace poco. Con el tiempo me he convertido en una feminista reflexiva que escucha, comprende y reparte pedagogía customizada a cada caso. Leo mucho (¡aquí os doy las gracias por vuestra labor, pikaras!), recojo reflexiones y experiencias que uno a las mías y hablo de esto en tercera persona. Creo que es mejor táctica que presentarme como otra víctima del sexismo. Un discurso avalado por estudios, artículos y publicaciones de investigadoras no es tan fácil de desarmar como un discurso personal. Por eso no me verás hablando en plan testimonial, aunque tengo un bonito historial como todas. Cuando hablo de mí misma intento que sea como refuerzo positivo.
Últimamente he participado en el encuentro feminista Feministaldia y próximamente participo en el ciclo Ni genios ni musas que organiza Laura Freixas, entre otras actividades a favor de la igualdad. Estoy entusiasmada con el despertar feminista. Cuando voy a las manifestaciones y las veo llenas de estudiantes se me saltan las lágrimas de emoción, ¡ya era hora! Es fundamental aprovechar este momento y conseguir avances reales.
¿Y cómo fue tu despertar feminista?
Me hice feminista en la pubertad. Mi primera reivindicación fue tener la misma paga semanal que mi hermano mayor. Le expliqué a mi padre que era mejor que yo invitara a los chicos y que no esperaran nada a cambio y sacó la billetera. Crecí siguiendo los pasos de mi hermano, que era mi héroe. Me identificaba con él hasta el punto de absorber sus mitos: soñaba con ser Lancelot, Spiderman y Bruce Lee, la épica del héroe.
“NO SOY UNA SUPERVIVIENTE SINO UNA PRIVILEGIADA QUE HA TENIDO EL CUARTO PROPIO Y LA INDEPENDENCIA ECONÓMICA DE VIRGINIA WOOLF”
También me gustaban los cuentos de hadas, claro. Quería el vestido de princesa con la espada y sobre todo quería el caballo del príncipe, el pack completo. Me apunté a equitación además de ballet clásico, más tarde a kárate. Cuando empecé a ir a conciertos me pasó lo mismo. No quería el papel pasivo de fan, quería hacer ruido y ser como ellos. Empecé a ahorrar para una guitarra eléctrica a los dieciséis años poco antes de entrar como cantante en mi primera banda, Ella y Los Neumáticos. Encontrarme con que el mundo me encajonaba en el papel de chica mona una y otra vez me resultaba muy deprimente. Y sobre todo me dolía la traición de verme menospreciada por tíos a los que apreciaba, eso es algo que me duele aún. Ahora veo miedo e ignorancia por su parte cuando sucede.
En ese momento, ¿te rebelaste de alguna manera?
Aunque estuviera concienciada desde el principio, otra cosa es que tuviera la capacidad, la fortaleza y la claridad de ideas como para hacerme valer y entender en todas las situaciones. Tampoco estaba respaldada por otras mujeres porque en el mundo de la música no había ninguna, esporádicamente sí por algún hombre. Miro hacia atrás y veo concesiones hechas por confusión, inseguridad o agotamiento. Una cosa es lo que eres y otra es lo que te dejan ser.
El movimiento feminista es consciente de una cosa: nadie dijo que fuera fácil, pero no hay otro camino…
No lo hay. Creo que el feminismo es un paso evolutivo necesario, ni siquiera es una opción. Personalmente le debo mucho al feminismo. Sobre todo tener la convicción de que seguir mi propio camino era una aspiración legítima. También haber sido capaz de enseñar los dientes al principio, cuando los lobos me confundían con Caperucita porque salía vestida de tules y rayas saltando alegremente y haciendo “chas”. Viví situaciones sórdidas, feas, me metieron en encerronas con contratos muy abusivos que afectaron a cómo se desarrolló mi carrera. Por las noches fui descubriendo a Simone de Beauvoir, a Marguerite Duras, a Virginia Woolf, Anne Sexton y Margaret Atwood, por ese orden. Ellas fueron mis guías y mis ángeles de la guarda.
Esa formación me ha servido siempre, también para sobrellevar la convivencia en el universo indie con tíos muy válidos pero que no eran conscientes del sexismo repugnante que practicaban a diario. Veo que, unos más rápido que otros, están evolucionando.
¿Te consideras una superviviente? ¿A qué tipo de situaciones te enfrentas ahora en este momento de tu carrera?
No soy una superviviente. Soy una privilegiada. Soy de las pocas que han tenido el cuarto propio y la independencia económica de Virginia Woolf y por pura chiripa. Por eso he conseguido tener una carrera en los márgenes de una industria que funciona contaminada por estereotipos en los que nunca he encajado muy bien. Me han ido cambiando la etiqueta, no es algo personal conmigo, les pasa a todas las mujeres. Ni era una sex symbol, ni ahora soy diva, ni musa de nadie, ni icono de madurez bien llevada. La gente conoce mi cara mejor que mi música.
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