Debo confesarles que cuando acudí a ver 'Mujeres...', al margen de dos o tres escenas originales, algunos golpes ingeniosos y un guión efectivo, me dejó frío, no me convenció del todo. Entendí que Almodóvar se había aburguesado, que su mundo se reducía a un culebrón con tintes neorrealistas, castizos, pero sin el alma negra de Edgar Neville que aunque ha envejecido mal fue uno de los grandes comediógrafos del siglo XX. Pero me equivoqué; yo buscaba al autor de 'Entre tinieblas' en un filme cuyo objetivo era otro: describir, con sarcasmo y bastante mala pipa, la fragilidad de las relaciones humanas. Carmen Maura, María Barranco, Rossy de Palma, Julieta Serrano, Kiti Manver, Loles León, la inolvidable y ya desaparecida Chus Lampreave como portera cotilla perteneciente a los Testigos de Jehová, son escoltadas por un joven Antonio Banderas, por un canalla Fernando Guillén, y por Guillermo Montesinos, en el breve papel de taxista delirante con un corte de pelo dorado a lo Bowie en 'Let's dance'; hay momentos que ya forman parte de la mitomanía cinéfila: el vinilo volando que va a dar en la cabeza de la Manver, el terrorista chiíta amante de María Barranco, el pelo electrizado de Julieta Serrano en loca carrera motorizada, y sobre todo el gazpacho sazonado de barbitúricos, pieza gastronómica central que neutraliza a los policías. Fue hace treinta años, en la primavera de 1988, durante la segunda legislatura de Felipe González, en un país que vivía horas álgidas e invertía en infraestructuras los fondos que le llegaban del Mercado Común, esfuerzos para celebrar con pompa y circunstancia el 92 que nos resituaría en el mundo de las naciones libres. Ya no éramos pintorescos y atrasados sino modernos, aunque con un ataque de nervios.
Alfredo Taján
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