jueves, 9 de enero de 2020
El Centro ... Por Antonio Soler
Ana Oramas se subió a la tribuna de oradores y reivindicó otros modos, otra dignidad y otra España. Quizás por eso nadie le aplaudió. Porque Oramas, con su acento canario hecho a medias de dulzura y firmeza, desbarató la pelea de unos niños egoístas a los que el adulto les muestra la miseria de su disputa. Ana Oramas les rompió el juguete. Ni esta gente del PSOE y Podemos son terroristas ni Casado es un fascista ni el Congreso es una cueva de gente venal. Más o menos conservadora, rebelde -como rebeldes fueron los diputados socialistas que rompieron la disciplina de voto para decirle No a Rajoy- hizo una reivindicación de la cordura y la tolerancia. Y eso, parece que no se va a llevar en esta legislatura.
En cierta forma, lo que la diputada canaria reivindicó fue el centro. Un centro político que en este momento ha desaparecido no solo nominalmente sino estratégicamente de la política española. El PSOE, que desde el abandono del marxismo -con renuncia temporal y reconstituyente de Felipe González a la secretaría general-, tenía un pie en el centro, ahora parece que lo saca de la pista para unirlo en un arriesgado baile al de una pareja que unas veces se viste de populista, otras de socialdemócrata y otras de simple constitucionalista, según sople el viento demoscópico. Por su parte, el PP, históricamente acomplejado de derechismo y tan tímido en su centrismo, anda con los mareos y vahídos que le daban a la Regenta en los momentos comprometedores.
De modo que el centro se lo llevó a ninguna parte Albert Rivera cuando, soñándose ya en la Moncloa, se vio repentinamente sobrepasado por un Sánchez que venía de la tumba y tenía el hambre de los resucitados. Inés Arrimadas, contagiada por la deriva del último Rivera, el que vio en los socialistas una banda, es decir, una organización de delincuentes, no parece encontrarse en disposición de recuperar la brújula y se abona a la política de bloques. A esa trinchera dialéctica que de modo tan temerario se ha exhibido estos días en el Congreso. Para algunos ETA es cosa de la prehistoria, pero no así la Guerra Civil, a cuyos personajes cada vez recurren más para ilustrar el presente. Un presente que por suerte en casi nada se parece al de los últimos años de la II República pero que, desasistidos de los mimbres que hicieron posible la Transición, algunos se empeñan en emparejar al de aquel tiempo turbulento. Y no solo, como era de esperar, lo hace la gente de Vox. Demasiados diputados, que por ideología y sensatez, deberían estar en otra cosa, andan a vueltas con el guerracivilismo. Quizás habría que recordarles que aparte de los buenos y los malos existía algo que se llamó la Tercera España. Esa parte pacífica y mayoritaria del país que sufrió como nadie los despropósitos de los iluminados y que finalmente, cuarenta años después, hizo posible esta democracia. Antonio Soler
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