Hay un síntoma de cierto temor político cuando se rechaza con notable consenso una proposición de ley presentada por Unidos Podemos para la legalización de la eutanasia y pocos días después se alcanza un acuerdo mayoritario respecto a otra proposición de ley presentada por Ciudadanos para garantizar el acceso a los cuidados paliativos en todo el país, lo que vendría a ser una aplicación centralizadora de las normativas ya existentes en varias comunidades autónomas. El problema es que ambas cuestiones se han dado de corrido y se han metido en el mismo saco, como si lo de la muerte digna debiera ser suficiente para quienes reclaman la eutanasia, cuando hablamos de dos fenómenos distintos. Que se facilite el acceso a los cuidados paliativos no es más que un proceso natural, por cuanto es natural que se evite el sufrimiento de los pacientes en sus últimas horas cuando no se da una convicción respecto a lo contrario, a partir de una decisión que corresponde en la mayoría de los casos a las familias. La eutanasia es un suicidio asistido: lo que habría que regular es la posibilidad de que el Estado ayude a darse muerte a quien ha optado por tal solución cuando no puede hacerlo de su propia mano. Y negarse a regular esto es como negarse a regular el aborto. Si el Estado no actúa, se buscarán opciones peores.
Que no exista más criterio legal respecto a la eutanasia que el Código Penal revela la falta de madurez de una clase política, la que habita el Congreso, frente a una sociedad que, al menos en este caso, sí parece más dispuesta a debatir. La eutanasia responde a la voluntad de una persona de darse muerte, una voluntad que esta persona llevaría a término por sí sola si sus condiciones físicas se lo permitiesen. Esta voluntad levanta todavía sarpullidos a cuenta de una tradición que todavía condena en el más allá a quienes deciden proveer su propio fin, que emplea un término tan inculpatorio como suicidio (en lugar de otros científicamente más apropiados como autólisis o el clásico aquí citado darse muerte) y que considera cualquier aproximación al hecho sucia e impropia de hombres. Pero si aceptamos que no se debe gobernar desde las creencias particulares, sino para todos los ciudadanos, también habría que aceptarlo en las cuestiones menos amables. Porque conformarse con que más vale vivir y pelillos a la mar no ayuda que digamos a no pocas personas que agradecerían un respuesta a su problema.
Tengo cuatro líneas para recomendar la lectura de Semper dolens de Ramón Andrés. La muerte nos concierne mientras vivimos. Regularla es hacer política en serio.
Pablo Bujalance
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