PERSONAJES (14): VICENT
Manuel
Vicent tiene ochenta años, pero si lees sus novelas, relatos o
artículos periodísticos, pensarás, dada su frescura intelectual, su
rigor lingüístico, su estilo literario y su capacidad
para sorprender al lector, que no puede ser verdad. Un columnista que
cuenta las cosas exactamente como nos gustaría a nosotros contarlas, y
al que sigo desde los tiempos del semanario “Triunfo”. Cada domingo, al
abrir “El País”, lo primero que busco es su
columna de la última página.
Esta semana, por ser la última de la serie “Personajes”, prefiero que lean a un maestro:
LAS OLAS
Como las olas del mar, los días y las horas baten nuestro espíritu llevando en su seno un dolor o un placer determinado que siempre acaba por pasar de largo. Cuando éramos niños desnudos en la playa no teníamos conciencia del mar abstracto sino del oleaje que invadía la arena y contra él se establecía el desafío. Cada ola era un combate. Había olas muy tendidas que apenas mojaban nuestros pies y otras más alzadas que hacían flotar nuestro cuerpo; algunas llegaban a inundarnos por completo con cierto amor apacible, pero, de pronto, a media distancia de nuestro pequeño horizonte marino aparecía una gran ola muy cóncava adornada con una furiosa cresta de espuma que era recibida con gritos sumamente excitados. Los niños nos preparábamos para afrontarla: los más audaces preferían atravesarla clavándose en ella de cabeza, otros conseguían coronarla acomodando el ritmo corporal a su embestida y quienes no veían en ella una lucha concreta sino un peligro insalvable quedaban abatidos y arrollados.
Con cuanto placer dormía uno esa noche con los labios salados y el cuerpo cansado, abrasado de sol pero no vencido. La práctica de aquellos baños inocentes en la orilla del mar es la mejor filosofía para sobrevivir a las adversidades. El infinito no existe, el abismo sólo es un concepto. Las pequeñas tragedias de cada día se componen de olas que baten el costado de nuestro navío. La única sabiduría consiste en dividir la vida en días y horas para extraer de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y una culminación del placer que te regale. Una sola ola es la que te hace naufragar.
De esa hay que salvarse.
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