martes, 4 de abril de 2017

Tambores de Guerra ... por Lorenzo Silva

A estas alturas empieza a dar toda la sensación de que con el ‘brexit’ el Reino Unido se ha pegado no uno, sino varios tiros en sus muchos pies. Y el que tiene todas las papeletas para adjudicarse el plomazo gordo, el tiro de los tiros, es el privilegiado Gibraltar. Hasta dónde llegará el desconsuelo y la furia por el autodisparo que ha llevado a los tabloides y algunos creadores de opinión británicos a contemplar la posibilidad de una guerra con España por la Roca; guerra que naturalmente ganaría el Reino Unido, como hizo con las Malvinas y la Invencible (mal andan tus cosas cuando echas mano de referentes tan remotos, en el espacio o en el tiempo).
Eso sí: algunos de los belicistas, en un rapto de honestidad intelectual infrecuente en los de su especie, sitúan la garantía de la victoria en el apoyo estadounidense, una forma de reconocer que desde hace mucho tiempo el orgulloso Imperio Británico sólo resulta operativo con respiración asistida desde Washington, como la tuvo frente a la machada inútil de Galtieri, y bien que supo corresponder Tony Blair cuando George W. Bush le reclamó la deuda para ir a Irak.
Es de suponer, y de esperar, que el ardor guerrero se enfriará, y que la cauta respuesta de las autoridades españolas y europeas conducirá este asunto, como todos los que forman parte de la negociación de salida de los británicos (salida decidida por ellos, tocará recordarlo una y otra vez), a los términos razonables que corresponden entre vecinos con intereses comunes pero ya no coincidentes. Nadie debe perjudicar porque sí al otro, y nadie puede contar con seguir apoyándose en la solidaridad de quien ya es otra cosa.
Los tambores de guerra que hacen sonar esos británicos preliminarmente agraviados por lo que aún no se ha producido pueden apuntar a España, a Europa o a la Alianza Galáctica. No cambiarán el hecho de que quienes han decidido entrar en conflicto con su historia, su geografía y su futuro son los propios británicos, en una decisión soberana que los demás hemos de respetar pero que a ellos les toca arrostrar, con todas las rebajas y mutaciones que implica, salvo aquellas que sean capaces de evitar ofreciendo las adecuadas contrapartidas, y no esas amenazas que dan en lanzar a diestro y siniestro, como si se dirigieran a una hueste de cipayos sujetos a alguna forma de subordinación o sumisión a sus instrucciones.
El caso, y sus primeros compases, bien pueden servir de orientación a aquellos otros que se plantean un futuro idílico por la vía de romper sus lazos y vínculos con quienes los mantienen desde mucho antes de que el Reino Unido entrara en la UE. No se trata de desquite, no se trata de rencor o represalia: se trata de que quien se va, se va, y no se queda sólo para lo que le conviene. Es muy simple.

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