Hay muchas formas de hacer política. En esta hora de Dios, Patria y Rey, pseudo referéndums y grandilocuencia delincuente se nos va la vista hacia un rincón olvidado de esta ciudad. Un lugar sin consignas ni creatividad institucionalizada. Lagunillas. Allí ha surgido eso que en otras partes llaman Soho, un movimiento vecinal con el arte como motor y la reinserción social como resultado. El alma de todo eso ha sido la de Miguel Chamorro. Murió el viernes. Su legado, como el de los grandes hombres, sigue vivo. Está hecho de la mejor materia humana.
Miguel Chamorro, madrileño, llegó hace unas cuantas décadas a Málaga. El azar lo llevó a vivir en las inmediaciones de la calle Lagunillas. Pintor. La mirada con la que observaba las manchas de color y las figuras geométricas que conforman todo lo que nos rodea se detuvo también en esos niños apátridas que por entonces pululaban por el barrio. Huérfanos de escuela vagando por la calle en espera de caer víctimas de no se sabe qué adicción. Miguel usó la pintura del mismo modo que sus enemigos naturales utilizaban el caramelo para atraer a los niños. Miguel para salvarlos, los otros para llenarse los bolsillos y de paso arruinarles la vida a sus víctimas.
El activismo de Miguel Chamorro consistió en un principio en crear talleres de pintura. Los niños de la calle eran los protagonistas. Exposiciones en los muros de un barrio destinado a la piqueta y a la especulación más despiadada. Talleres. De pintura, claro, y también de teatro, de cerámica. Apoyo escolar, aulas de estudio para mejorar el rendimiento académico de los niños. Campamentos de verano. Madres voluntarias, grafiteros llegados de todas partes para colaborar con la restitución del barrio. Una asociación sacada de la nada y puesta en pie, Fantasía de Lagunillas. Si, como dice uno de los lemas del barrio, 'El futuro está muy grease', antes de Miguel Chamorro ese futuro era infinitamente más oscuro. En torno a la obra social que él puso en marcha se fueron uniendo personas con ganas de plantarle cara a la indolencia. Concha, Dita, ceramistas, bares alternativos con clases de inglés, movimientos que surgen desde abajo y frenan el insaciable apetito que quiere convertirlo todo en homogéneo y anodino. Metro a metro le han ido ganando la batalla a la desidia. La primera niña que se acercó a Miguel cuando él estaba pintando en la calle, la curiosidad que Miguel detectó en aquellos ojos, fue el desencadenante de algo mucho más grande. No se sabe cuántos niños, algunos de ellos luego voluntarios en las diferentes asociaciones y talleres que se pusieron en marcha, le deben no haber caído en los espinosos territorios de la marginalidad. Algo que nos concilia con lo mejor del ser humano. El motor que Miguel Chamorro encendió sigue en marcha. Lo que él ha hecho es la otra política. La que no crea problemas sino la que los resuelve a pie de calle, sin banderas ni otro himno que el de la auténtica fraternidad.
Antonio Soler
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