Josep Dencàs i Puigdollers fue todo un personaje. Conseller
de Gobernación en el gobierno que presidió Lluís Companys hasta octubre
de 1934, se le recuerda, entre otras cosas, por reprimir con dureza al
movimiento anarquista, hasta el extremo de que, según refiere en sus
memorias quien entonces era segundo jefe de los Mossos d'Esquadra,
Frederic Escofet, le reprendía porque detenía a los activistas
libertarios y se los traía vivos. El 6 de octubre de 1934, cuando el
president Companys proclamó el Estat Català dentro de la (inexistente)
República Federal Española, que no la independencia, Dencàs alardeó de
coraje, al prometer que al frente de sus escamots, una especie de fuerza
paramilitar nacionalista, sostendría una lucha a muerte contra las
tropas españolas que mandaba el general Batet. A la hora de la verdad, y
mientras Companys y el resto de sus consellers caían prisioneros,
Dencàs se las arregló para huir de la Conselleria, en el Pla de Palau, a
través de un pasadizo subterráneo que partía de los lavabos y conectaba
con la red de alcantarillas. Por ellas salió a la Barceloneta y de ahí
escapó a Francia.
Los periódicos de la época recogieron
con mofa y escarnio la historia, incluso se publicó una foto de los
lavabos por los que pasó la huida, custodiados por dos guardias civiles.
Hacerse un Dencàs podría valer tanto como fanfarronear y a la hora de
la verdad ponerse a salvo dejando en la estacada a quienes se han
partido la cara y ganado la prisión siguiendo tus arengas. Si se
confirma que el extraño viaje a Bélgica del ya expresident es una
tentativa de sustraerse a los rigores legales que enfrentan en una celda
de Soto del Real los dos Jordis (reconózcaseles la gallardía de
afrontarlos, en comparación) y que se ciernen sobre no pocos de
subordinados, hacerse un Puigdemont pasará a significar poco más o menos
lo mismo; aunque en esta ocasión el pasadizo a las alcantarillas haya
sido el fin de semana en que se redactaba la querella contra él. El
golpe moral al independentismo es de tal calibre que no va a poder
vestir de cálculo político o táctico, menos aún de heroico servicio a la
república naciente, esa espantada con destino a la ciudad del Manneken
Pis.
En la Viquipédia catalana, que recuerda con todo
lujo de detalles la vida del Dr. Dencàs, desde su nacimiento en Vic en
1900 hasta su muerte en Tánger en 1966, se omite muy caritativamente su
episódica afición a las galerías subterráneas. No es seguro que pueda
olvidar con tanta facilidad que el líder que les prometió a los suyos
una Ítaca libre de españoles, tras desbaratar la nave contra los
arrecifes, y en vez de afrontar su destino como su predecesor Companys,
buscó rápido a dónde largarse para que fueran otros los que pagaran por
él los platos rotos.
Lorenzo Silva
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