Como muchos otros creadores de su tiempo, Constantin Brancusi (Hobita, 1876 - París, 1957) abandonó su Rumanía natal apenas comenzado el siglo XX para crecer como artista en un París que ya ejercía de poderoso foco mundial de las vanguardias. Nada más culminar sus estudios en la Academia de Bellas Artes, en 1907, se convirtió en aprendiz de Auguste Rodin, lo que da buena cuenta del modo en que había llegado a hacer de la escultura un lenguaje propio. Sin embargo, el francés Brancusi nunca dejó de ser un artista rumano, al menos a su manera: el arte tradicional de su país de origen, así como su folklore, constituyeron para él (al igual que otras raíces no occidentales) una fuente continua de estímulos, por mucho que su obra pareciera tender a otra cosa. Seguramente por esta condición asumida de eterno extranjero, Brancusi constituyó en gran medida un misterio para sus contemporáneos. Su taller era lugar de encuentro habitual de músicos, artistas, fotógrafos y bailarinas, entre los que se contaban amigos cercanos del artista como Erik Satie, Fernand Léger, Marcel Duchamp, Tristan Tzara y Edward Steichen. Pero, a la hora de trabajar, se encerraba siempre solo, sin asistentes. Su obra conecta sin fisuras con aquellas vanguardias a las que deseó llevar a su terreno y al mismo tiempo es rabiosamente singular, guiada por una sencillez extrema y obsesionada con la figura esculpida como criatura a las puertas de ser. En muchos sentidos, Brancusi es un artista aparte; y por eso representa, todavía, un verdadero enigma. Ahora, el Centro Pompidou Málaga se ha decidido a desentrañarlo de la mano de su nueva exposición temporal, titulada, sencillamente, Brancusi: una inmersión concienzuda en las muchas facetas del genio (especialmente las menos conocidas) a lo largo de 141 obras entre esculturas, fotografías, dibujos y fotogramas de películas. La muestra tendrá su inauguración el próximo martes 20 y podrá verse en el Cubo hasta el 24 de junio.
Y es que si Brancusi pasó a la historia con el apellido escultor a modo de categoría ad hoc, la propuesta del Pompidou gira en torno a un acontecimiento no muy reseñado en la biografía de Brancusi pero, al cabo, fundacional en sus efectos: la ocasión, cierto día de 1920, en que Man Ray prestó una cámara al artista para que la instalara en su taller. Brancusi concedía una importancia trascendental al archivo, la clasificación y la documentación de sus obras, procesos para los que recurría a la fotografía. Conocedor de esta práctica, Man Ray decidió poner en manos de Brancusi una cámara que mejoraba con mucho los resultados en captación y revelado, lo que terminó abriendo puertas insospechadas en el complejo mundo estético de Brancusi. Así, el escultor comenzó a inmortalizar su propio trabajo en el taller fotografiando modelos y obras, así como a los amigos y cómplices que, en la intimidad del encuentro, acudían a verle metido en faena. No mucho más tarde, nuestro hombre introdujo la imagen en movimiento como registro que multiplicaba las posibilidades hasta niveles presuntamente inagotables: aquel proceso de archivo y clasificación terminó formando parte de la misma obra de arte en una síntesis proverbial. Y es que, si Brancusi consideraba el arte como la perdurabilidad de la metamorfosis de la materia a lo largo del tiempo, el cine vino a refrendar en la experiencia directa lo que en la escultura no podía ser más que una abstracción. Ahora, la exposición del Centro Pompidou Málaga sienta en la misma mesa las esculturas junto a las fotografías y las películas con las Brancusi documentó su creación. El revelado en esta ocasión es, por tanto, completo: por una parte, la obra; por otra, la mirada (creadora) del artista sobre la misma.
Tal y como recuerda la documentación de la exposición, Brancusi grababa sus obras desde todos sus ángulos para inmortalizar los grupos móviles, "esas configuraciones efímeras de esculturas y pedestales en el taller. Brancusi realizaba al menos dos revelados de cada negativo -a veces hasta veinte- con diferentes tamaños o encuadres. Muchas de sus fotografías son en realidad fotogramas que extraía del celuloide de la película expuesta. La imagen fotográfica o fílmica en Brancusi refuerza el profundo anclaje de la escultura en esta realidad y en esta materialidad que el autor defenderá siempre". Esta transposición de lenguajes tampoco es ajena a la música: Brancusi escuchaba en su taller, convertido así en un laboratorio sonoro global, lo mismo cantos congoleses que jazz, flamenco, canciones populares rumanas y el folklore indio norteamericano. La metamorfosis, como todo lo bueno, empieza por el oído.
Y es que si Brancusi pasó a la historia con el apellido escultor a modo de categoría ad hoc, la propuesta del Pompidou gira en torno a un acontecimiento no muy reseñado en la biografía de Brancusi pero, al cabo, fundacional en sus efectos: la ocasión, cierto día de 1920, en que Man Ray prestó una cámara al artista para que la instalara en su taller. Brancusi concedía una importancia trascendental al archivo, la clasificación y la documentación de sus obras, procesos para los que recurría a la fotografía. Conocedor de esta práctica, Man Ray decidió poner en manos de Brancusi una cámara que mejoraba con mucho los resultados en captación y revelado, lo que terminó abriendo puertas insospechadas en el complejo mundo estético de Brancusi. Así, el escultor comenzó a inmortalizar su propio trabajo en el taller fotografiando modelos y obras, así como a los amigos y cómplices que, en la intimidad del encuentro, acudían a verle metido en faena. No mucho más tarde, nuestro hombre introdujo la imagen en movimiento como registro que multiplicaba las posibilidades hasta niveles presuntamente inagotables: aquel proceso de archivo y clasificación terminó formando parte de la misma obra de arte en una síntesis proverbial. Y es que, si Brancusi consideraba el arte como la perdurabilidad de la metamorfosis de la materia a lo largo del tiempo, el cine vino a refrendar en la experiencia directa lo que en la escultura no podía ser más que una abstracción. Ahora, la exposición del Centro Pompidou Málaga sienta en la misma mesa las esculturas junto a las fotografías y las películas con las Brancusi documentó su creación. El revelado en esta ocasión es, por tanto, completo: por una parte, la obra; por otra, la mirada (creadora) del artista sobre la misma.
Tal y como recuerda la documentación de la exposición, Brancusi grababa sus obras desde todos sus ángulos para inmortalizar los grupos móviles, "esas configuraciones efímeras de esculturas y pedestales en el taller. Brancusi realizaba al menos dos revelados de cada negativo -a veces hasta veinte- con diferentes tamaños o encuadres. Muchas de sus fotografías son en realidad fotogramas que extraía del celuloide de la película expuesta. La imagen fotográfica o fílmica en Brancusi refuerza el profundo anclaje de la escultura en esta realidad y en esta materialidad que el autor defenderá siempre". Esta transposición de lenguajes tampoco es ajena a la música: Brancusi escuchaba en su taller, convertido así en un laboratorio sonoro global, lo mismo cantos congoleses que jazz, flamenco, canciones populares rumanas y el folklore indio norteamericano. La metamorfosis, como todo lo bueno, empieza por el oído.
No hay comentarios:
Publicar un comentario