Decía Stephen Hawking que únicamente hay que tener miedo a los extraterrestres, pero no sé yo. El otro día iba yo tan contento por Huerto del Conde y me crucé con una mujer que iba de la mano de un niño de unos tres años (su hijo, supongo; o no, lo que sería preferible) que se esforzaba para mantener el ritmo frenético que imponía al paso su oronda guía. La presunta debió tener un mal día e iba gritando "¡Se caga la perra! ¡Se caga la perra!", entiendo que amenazando a algún tercero ausente. En éstas, la mujer se volvió hacia el niño y comenzó a increparlo para que repitiera tan soez expresión: "¡Se caga la perra! ¡Dilo! ¡Se caga la perra!" El pequeño, que ganó de inmediato toda mi solidaridad, parecía negarse por algún escrúpulo recóndito, o a lo mejor es que simplemente estaba rumiando sus cosas. Mientras insistía en la maldita frase, la mujer comenzó a zarandear al niño para que la repitiera hasta que el pobre echó a llorar y terminó con una bofetada en la cara. Advertía el bueno de Hawking de que no había que poner demasiado empeño en buscar inteligencias extraterrestres porque no podíamos saber cómo iban a reaccionar sus dueños; lo que sí sabemos es cómo se las gastan buena parte de los terrícolas, capaces de sacar lo peor de sí mismos, de regodearse en su ignorancia, de presumir de su incapacidad y de parecerse a determinadas bestias que nacen, crecen, se reproducen y mueren.
Si hay en el futuro algún contacto con alienígenas, creo que los que tienen que echarse a temblar son ellos. Hawking dedicó su vida a conocer y explicar el desarrollo del tiempo desde el Big Bang y a estudiar la naturaleza de los agujeros negros, de los que parecía que nada lograba escapar dada la masiva atracción gravitatoria acumulada en sus dominios (el mismo Hawking acertó a demostrar lo contrario). En una de sus últimas intervenciones, reclamó con urgencia que se organizara cuanto antes un éxodo masivo a Próxima Centauri (4,22 años luz de nada) porque a nuestro mundo, afirmaba, no le quedaban más de seis siglos. Adivinen quiénes serán los primeros en subir a la nave.
No deja de resultarme sospechosa la evidencia de que el asombroso desarrollo de las tecnologías de la comunicación ha facilitado el ascenso de personajes indeseables, mezquinos y aprovechados como los modelos sociales más admirados y divulgados. Y es que el instantáneo procesamiento de datos que convierte la información en producto de combustión rápida ha venido de la mano de un éxito inesperado del puritanismo más exacerbado, camuflado bajo aquello que llamaban corrección política. Cada vez leo a más gente decir, con aire de nostalgia, "hoy sería imposible que tal música sonara en la radio" o "ninguna editorial aceptaría publicar hoy tal novela". Científicos como Stephen Hawking ampliaron las expectativas de lo que podemos esperar de la especie humana hasta horizontes colosales, pero su muerte coincide con el apogeo de la nada absoluta, con la negación de esos mismos horizontes (y de otros mucho más accesibles) como mecanismo del éxito. Se caga la perra. Uf.
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