Nacieron como un asunto bíblico, como una verdad inmutable. La red del pescador de almas, facebook, twitter, instagram. Un maná que nos traía del cielo amigos, información sin intermediarios, chismorreos, seguidores, fans. No sólo podíamos enseñarle al mundo nuestros pies hundidos en la orilla de una playa supuestamente paradisíaca para dar envidia, sino que estábamos en el corazón donde todo se empezaba a cocer. Recuperar amigos del colegio, novias gamberras transmutadas en señoras respetables, entrar y salir de las vidas ajenas igual que los demás podían asomarse a la nuestra. El diablo cojuelo cibernético. O estabas ahí o eras una especie de zombie vagando por la dura realidad, esa que tiene olores, gente con volúmenes, una cosa atávica, casi agropecuaria. El primitivismo del contacto humano.
Todo lo que no fuese virtual empezaba a oler a establo, a corrala del siglo XIX. Pero he aquí que algunos contumaces equilibristas empiezan a abandonar el circo. Frente al primer tsunami acrítico han empezado a surgir elementos rebeldes que se dan de baja en las redes. No regresan a ninguna edad de piedra ni van a fabricar artilugios de sílex para sobrevivir, simplemente racionalizan esa fiebre que está transformando el mundo de la información y de las relaciones humanas. Empiezan a descubrir que las horas y horas de teclado intentando transmitir al mundo el retrato justo de quienes son y qué opinan es imposible de culminar y además se parece demasiado a una vertiente de la esclavitud. Escribir, pensar, producir gratis para el ojo y el estómago del gran hermano. Tampoco ayuda la cada vez más dudosa credibilidad de alguna de esas redes. Las 'fake news' dejaron de ser una broma para convertirse en un arma que transforma la verdad en ficción y la ficción en una especie de turbia verdad.
Sí, mundo virtual, mundo soñado. Desde que el primer cromañón o nuestros parientes paralelos, los neandertales de Ardales, trazaron los primeros dibujos en las paredes de las cavernas estaban aspirando a la creación de un mundo imaginario y paralelo que complementaba al real, pero que no lo usurpaba ni pretendía sustituirlo. En la red se compran lotes de diez mil seguidores a precio de saldo. Arcilla para ir levantando el pedestal propio. Seguidores de Cochabamba, Yakarta o Melbourne con los que nunca se cruzará una palabra pero que figuran como un ejército sordomudo, avalándonos sin ni siquiera saber quiénes somos. Lo más novedoso era estar en la punta de lanza de todas las redes. Puede que muy pronto sea estar desaparecido de ellas. Lo mismo que durante estos años de sarampión no había nada más glamouroso que leer en libros electrónicos y ahora, estancada la tendencia, lo verdaderamente innovador es leer libros de papel y tachar de vulgaridad los e-books. O comprar discos de vinilo. Prudencia, sosiego. Estamos en los primeros y todavía torpes pasos de un nuevo mundo. Lo que importa es qué se lee o se escucha, no en qué soporte se hace. Que seamos nosotros quienes usamos las redes, y no ellas a nosotros.
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