Los asesinos como Ana Julia no están locos porque los locos denuncian a Luzbel al confesar que alguien les dicta al oído, que escuchan voces que les ordenan cometer, sin vuelta atrás, el fin del prójimo. En Ana Julia opera el efecto contrario, ella ha firmado un pacto silencioso con el mal, un pacto que la sigue obligando a declarar que actuó en legítima defensa, que el ángel le atacó primero, y que no hizo más que defenderse machacándole al niño la cabeza con el mango de un hacha, luego estrangulándolo y después hundiendo su cuerpo en una ciénaga. Esto no es un homicidio, es un asesinato alevoso, lo digo sin acritud y con todos mis respetos, se me ocurre que al menos el ejército de arcángeles de San Gabriel, y por Gabriel, bien podría haber aplastado a la serpiente, arrancado de cuajo la cabeza de la Gorgona, antes de que los hubiera mirado, seducido y petrificado. No se convoca en mi reflexión ninguna variable del ismo, precisamente porque el infanticidio ocupa una escala muy alta de inmoralidad en quien los comete y no caben pretextos de índole circunstancial en su castigo. Otra cosa es que se investigue en el recóndito pasado de Ana Julia en la República Dominicana, un país pobre y desahuciado, limítrofe con Haití, donde se practican todo tipo de ceremonias en base a una religión sincrética llamada vudú, cuya práctica es peligrosa, y en muchas ocasiones pasa por sacrificios humanos, incluidos el de niños indefensos. No sé, es por buscar una razón a esta sinrazón. Lo siento.
Alfredo Taján
Diario Sur
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