Aún en el caso de que nos decidiéramos a ignorar estas premisas y admitiéramos la tesis oficial de que los 13.553 parados menos son 13.553 personas que han encontrado un trabajo digno de ese nombre -en el anuncio se admitía pulpo como animal de compañía y todos nos reímos con aquello- la cifra seguiría siendo insoportable, y la bajada inferior al 7,5 por ciento en el número de desempleados en un año en el que el Gobierno celebró la recuperación económica y la dramática situación en muchos de los destinos competidores pusieron el viento de cola en el sector turístico de la Costa del Sol, descorazonadoramente insuficiente.
Asusta sólo imaginar cuáles pueden ser las cifras que nos esperan en el futuro si la ejecución del Brexit se traduce en dificultades administrativas para los jóvenes que cruzaron el Canal de la Mancha para buscarse la vida o que están pensando en hacerlo, del mismo modo que inquieta pensar cuáles hubieran sido los números del paro en la provincia si el polvorín en el que se ha convertido el Mediterráneo y el lógico miedo a la locura terrorista no hubiese hundido las expectativas turísticas de Túnez, de Turquía y de buena parte de los destinos balcánicos; si la Costa Azul no hubiese sufrido la barbarie aquel terrible 14 de julio; si la crisis y la inestabilidad no se hubiesen instalado en el Egeo.
El viento ha soplado de cola con todo esos tristes factores jugando a favor, Málaga ha irrumpido con contundencia en el sector del turismo cultural, Marbella se ha consolidado en el sector de alta gama, con precios anteriores a la crisis, y sin embargo el empleo en los hoteles ofrecen cada año un panorama más desolador de inestabilidad, precariedad y servicios subcontratados.
Es posible que las cifras del turismo, los precios que los hoteles consiguen cobrar por dormir en verano o por cenar en Nochevieja o el número de entradas que se venden en los museos, nos inviten a deslizarnos por la pendiente de la autocomplacencia. Pero la situación de paro estructural no va camino de resolverse. Estaría bien que no sucumbiéramos a la tentación de hacernos trampas en el solitario.
Hector Barbotta
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