En 62.500 metros cuadrados de fantasía internacional uno puede uno encontrarse prácticamente de todo. Pasear por Fitur es como darle varias vueltas al mundo. Si no estás aquí, no existes. El pabellón de Andalucía es sencillamente impresionante. Como en Parque Jurásico, no han reparado en gastos y también puedes ver a Tiranosaurios de la política paseándose lustrosos por una amalgama de folletos que siguen contándose por miles. El stand de Málaga es como un 'office' de reuniones en los que se produce otra cosa típica de Fitur: gente de todas partes que se desplaza a Madrid para mantener reuniones entre ellos. Un fascinante viaje alrededor del dinero público que te transporta sin desplazamiento. En el stand de su tierra está uno como en casa.
Dicen que este enmoquetado paraíso de los gastos de representación ya no resulta tan resplandeciente como antes. La razón es sencilla: todo movimiento a cargo del contribuyente es ahora objeto de escrutinio. Otra cosa es que te inviten las empresas o esa fauna inexacta de turoperadores. Fitureando, casi todo el mundo concluye que este 'escaparate del turismo mundial' se está volviendo cada año un evento un poquito más sofisticado, pero esta impresión no elimina en absoluto la posibilidad, latente en todo momento, de contemplar las típicas estampas de Fitur. Si los días en los que supuestamente sólo tienen acceso profesionales y periodistas acreditados ya ves a la gente abalanzándose sobre cualquier cosa simplemente por el hecho de que es gratuito, no quiero ni pensar lo que ocurrirá el viernes o el sábado cuando tenga acceso a la feria la «gente normal». La conclusión parece sencilla: para que tu stand triunfe en Fitur no hace falta ser un mago de las relaciones públicas o del marketing, tan sólo es necesario regalar algo. Un bolígrafo o una bolsa de tela son suficientes. También existe la opción, no menos suculenta para el que suscribe, de encandilar al personal mediante lingotazos de ron tal y como están haciendo en el stand de Marbella, cuya caducada imagen de 'templo de la jet set' ha mutado hacia un espectáculo brevemente bochornoso que se basa en regalar mojitos a ritmo de reguetón, una estrategia que tiene poco que ver con la reivindicación del producto local pero que es muy respetable porque, en resumidas cuentas, funciona. Como casi todo lo que pasa en Fitur, un lugar inexacto en el que pocas cosas pueden salir mal.
Txema Martín
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