Unamuno quiso asentar su pensamiento en la moribunda España y pagó su hazaña con la mayor agonía.
La cosa tenía poca gracia, pero casi entraban ganas de reír a cuenta de la paradoja: la pasada Nochevieja, mientras el calendario señalaba los ochenta años de la muerte de Miguel de Unamuno, los discursos de los presidentes autonómicos se distribuían entre los llamamientos a la unidad de España y los órdagos lanzados contra la misma. Las mayores atenciones, sin embargo, se prodigaban a los especiales televisivos de fin de año, que celebraban la vigencia del modelo más casposo y retrógrado de identidad nacional con numerosos mensajes de tono paternalista y buena voluntad a los pobres españolitos, a quienes las autoridades, milagro, permitían quedarse embobados con el vestidito de tal presentadora o el insoportable desfile de artistas de la canción. Si Unamuno hubiese levantado la cabeza habría visto confirmadas sus peores pesadillas: los terroristas que se le habían subido a las barbas al grito de "Viva la muerte" no sólo vencieron, sino que permanecieron más tiempo en el poder del que podían imaginar en sus más febriles delirios. De tal modo, la adopción de la barbarie como costumbre insufló el oxígeno preciso a todos los nacionalismos, los periféricos y los centralistas, los dialécticos y los liberales. Todo español ha tenido su bandera para atizar al prójimo. De eso se trataba.
Unamuno quiso asentar su pensamiento en la moribunda España y pagó su hazaña con la mayor agonía. Pero no es difícil adivinar que si Nietzsche hubiese nacido en Bilbao habría corrido la misma suerte. Hasta los ilustrados más golfos (véanse los Moratines) habían soñado con ver las patrias y las enseñas convertidas en piezas de museo, testimonios de épocas pretéritas únicamente recordadas como un mal sueño, pero he aquí que nos recibe el 2017, Blade Runner se ha quedado viejo, Trump y Putin amenazan con convidarse a gambas para que paguemos nosotros y España sigue siendo el mismo nido de rencores, prejuicios, complejos, ignorancia y ansias revanchistas que sufrió Unamuno. La amonestación "Venceréis pero no convenceréis" sólo puede formularse ya a título individual: los apóstoles de la España cateta y servil, ya sean independentistas o todo lo contrario, lo que al cabo viene a ser lo mismo, han convencido a demasiada gente. Ahí tienen a los idiotas que esperan los tanques plantados ante las urnas para ganar su particular martirio. Es bueno curarse en salud y decir: "Usted no tiene nada que ver conmigo". Como hizo Unamuno.
Y sin embargo, merece la pena volver a anclar el pensamiento en España. Aunque, como en don Quijote, la lucidez se torne locura para no perder la cabeza.
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