Pretender que vivamos tranquilos en la confianza de que los tribunales nos amparan a todos por igual es mucho pedir
Es mucho pedir. Después de las declaraciones con las que el fiscal jefe de Murcia ha comentado su cese —y su sustitución por otro que parece más favorable a los intereses de un presidente imputado por corrupción—, después de que haya contado que informó al jefe de la Fiscalía Anticorrupción de las presiones y ataques que recibió, después de que haya llegado a precisar que informó igualmente a sus superiores de que la casa del delegado de Anticorrupción en dicha comunidad fue objeto de un robo en el que los delincuentes ni siquiera se llevaron el dinero, sólo el ordenador que contenía la información del caso que estaba investigando, pedirle a los españoles que crean en la independencia e imparcialidad de la justicia, es demasiado. Pretender que vivamos tranquilos, en la confianza de que los tribunales nos amparan a todos por igual, cuando Iñaki Urdangarin, que no vive en España, que ni siquiera vive en un país de la Unión Europea, elude el ingreso en prisión sin fianza, y ni siquiera se le retira el pasaporte fundando dicha decisión en el término “arraigo” —¡que alguien les regale un diccionario a esas magistradas, por favor!—, es mucho pedir. Que Rodrigo Rato le saque sólo un año de condena al rapero mallorquín Valtonyc, por muy injuriosas que le hayan podido parecer sus canciones al juez que le ha condenado, es mucho, muchísimo, demasiado, de verdad. Me pregunto si el Gobierno y los responsables del poder judicial saben en qué país vivimos todos los españoles que no somos ellos. Recuerdo lo que escribió Valle-Inclán en Luces de bohemia: “En España el mérito no se premia; se premia el robo y ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”, y me respondo que sí, que por supuesto que lo saben.
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