Comisariada por Evgenya Petrova y Josef Kiblitsy, la exposición reunirá obras procedentes en su mayor parte del Museo Estatal de Arte Ruso de San Petersburgo, aunque, según confirmaron fuentes del Museo Ruso malagueño (filial del anterior), habrá también algunas aportaciones de colecciones privadas de Rusia y Europa. Para una mayor inmersión en el Planeta Chagall, la muestra incluirá además la reconstrucción del comedor de la casa de Marc Chagall en Vitebsk con el mobiliario original del mismo, traída al completo desde del Museo de San Petersburgo. Semejante apunte no responde, ni mucho menos, a un capricho propio de relicarios, sino a un cable nada pequeño en el ejercicio de la contextualización: el relato que ofrece la exposición presenta a un Marc Chagall que, consagrado ya como gran artista en San Petersburgo y París, decidió volver tras el estallido de la Primera Guerra Mundial a Vitebsk, su ciudad natal, con la que nunca perdió el contacto y en la que se casó mientras prendía la Revolución. El visitante podrá conocer de primera mano algunas de las obras que contribuyeron a la proyección de Chagall como genio en París y algunas pinturas que facturó en el territorio hoy integrado en Bielorrusia tras su regreso. Este retorno a la casa paterna tuvo mucho en Chagall de refuerzo de la identidad judía, y por eso la exhibición que viene en camino añadirá la mirada de otros artistas rusos y judíos, así como objetos de la artesanía popular representativos del pequeño mundo que Hitler primero y Stalin después (tal y como denunciaron Vasili Grossman e Iliá Ehrenburg) quisieron ver aniquilado.
Y es esta raíz judía la que determina, seguramente con más énfasis, la posición de Chagall respecto a las vanguardias de su tiempo, aunque en un sentido de reacción y oposición dirigidas a la consecución de una tradición propia que, sin renunciar a la herencia vernácula, estaba dispuesta a encontrar sus cauces particulares en un contexto históricamente propicio. Así lo explica Petrova en su texto para el catálogo de la exposición (que Málaga Hoy ha podido consultar en una versión previa a la edición definitiva): "Paradójicamente, en 1910, una época en Rusia de florecimiento de las formas abstractas en el arte, Chagall, artista de religión judía, entre cuyos preceptos figura la prohibición de representar situaciones concretas de la vida, defendió precisamente el estilo figurativo a la hora de plasmar el mundo. En este sentido, Chagall no estaba solo en Rusia. A finales del siglo XIX y principios del XX, irrumpió en la escena artística del país un buen número de judíos para quienes la representación del mundo real entraba en contradicción con sus tradiciones nacionales. Muchos de ellos, sin perder sus raíces, absorbían con avidez las diferentes innovaciones estilísticas de la época. Como resultado, en el arte ruso de finales del siglo XIX y principios del XX, se creó un amplio círculo de artistas de origen judío que sintetizó las características rusas, judías y europeas, el abstraccionismo y el figurativismo. Esto obedecía, entre otras cosas, al peculiar destino que corrieron los judíos en Rusia". Sin embargo, no satisfecho con adoptar la figuración como herramienta para representar el mundo, Chagall decidió imprimir una vuelta de tuerca a su obra que nadie podía prever: la imaginación. Explica Petrova al respecto: "Su arte no copiaba la realidad tal como se hacía en el siglo XIX. Zambullendo la vida en la atmósfera de sus fantasías, Chagall transfiguraba lo visto y conocido hasta el punto de que transformaba lo representado en un cuento maravilloso (...) A pesar de la intención original en cuanto al género de sus cuadros (retrato, paisaje, naturaleza muerta, escena costumbrista), en ellos se funden realidad y fantasía, desapego y experiencia emocional directa". Esta fusión se vertió en una poética que ejerció una influencia decisiva en el arte del siglo XX y que hizo contar a los amantes de Chagall por millones en todo el mundo hasta nuestros días.
Y lo cierto es que estos incondicionales disfrutarán de lo lindo con el contenido de la muestra, que contiene algunas de las cimas de Chagall. Destacan cuadros como Judío en rojo (1915), personificación descarnada del destino del pueblo judío; Viejo barbero (1914), representación conmovedora y arquetípica de las clases más humildes a las que el pintor conoció y frecuentó; recreaciones de personajes de la calle en evocaciones tan distintas como las de Barrendero(1925), con su asombroso montaje a la manera de un revelado en negativo, y Soldados con panes (1914-1915); escenas familiares como Padre y abuela (1914), obra que se incluyó en 1916 en la primera exposición del colectivo Sota de Diamantes (revisitado también actualmente en el Museo Ruso) y el Retrato de la hermana de la artista (1914), así como el bellísimo Paseo(1917), uno de los más hermosos lienzos de Chagall, en el que el artista se retrata a sí mismo junto a su joven esposa en una verdadera declaración de intenciones ante la sangría de la Primera Guerra Mundial; el tema de los enamorados adquiere resonancias prodigiosas enAmantes azules (1914), si bien tampoco faltan recuerdos infantiles como Matadero (1911), en su acepción más próxima a la pesadilla, y El patio del abuelo (1914). Además de las pinturas, la exposición recoge diversos dibujos e ilustraciones, algunos tan enigmáticos como La cita (1914). En cuanto a los artistas que completan la muestra, destacan el regreso al Museo Ruso delAutorretrato (1911) de Nathán Altman, la cubierta de El cuento de la cabra (1919) de El Lisitski,Tía Pasha (1919 - 1920) e Interior. Familia a la mesa (1918 - 1920) de Vera Péstel y el Retrato de un desconocido (1918) de Róbert Falk. Razones de sobra para visitar una exposición que, según pudo saber este periódico, barajó el Museo Estatal de San Petersburgo como primera muestra temporal de su sede en Málaga con tal de lograr de entrada un impacto de altura que, seguramente con mejor criterio, quedó finalmente retrasada al segundo año de vida del museo. Ahora sí, toca esperar a Chagall con los brazos abiertos.
Pablo Bujalance
Málaga Hoy
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