La directora narra en ‘Bye Bye Tiberias’ la historia de las mujeres de su familia a través de los viajes que hizo desde niña con su madre, la actriz Hiam Abbass, a la casa de su abuela, en el norte de Israel. Un retrato íntimo que describe el exilio forzado y la pérdida
Lina Soualem (París, 1990) marca los límites antes de que comience la entrevista. “Quiero hablar solo de la película. Nada de política, porque tengo a gran parte de mi familia allá y no quiero exponerlos”. Allá es Deir Hanna, un pueblo israelí de mayoría palestina, situado en la frontera con Líbano, al que sus bisabuelos llegaron en 1948, tras ser expulsados de su casa en Tiberíades. En este lugar transcurre su documental Bye Bye Tiberias, en el que desgrana la historia de las mujeres de la familia, comenzando por su madre, la reconocida actriz Hiam Abbass, que ha trabajado en la serie Succession y actúa en películas como Gaza mon amour, Paradise now, Blade Runner 2049 o Los limoneros.
En el largometraje, en competición en el Festival de Cine Africano de Tarifa, donde fue proyectado el miércoles, se respira la urgencia de rescatar los recuerdos, poner sobre la mesa las heridas y unir diferentes capítulos de la historia familiar antes de que sus protagonistas desaparezcan. “Cuando filmo a mi abuela estoy filmando a muchas mujeres con historias similares que no se han contado. Quería capturar esa memoria y transmitirla”, explica Soualem, cuya primera película, Leur Algerie, giraba en torno a la familia de su padre, el actor Zinedine Soualem.
La guerra en Gaza, que estalló en octubre, un mes después del estreno del documental de Soualem, se ha convertido en un telón de fondo inesperado en la andadura internacional de Bye Bye Tiberias, que representó a Palestina en la última edición de los Oscar.
Respuesta. Entiendo que en este momento haya gente que le conceda una atención particular y que despierte un interés que tal vez en otro momento no hubiera tenido. Pero lo que está ocurriendo no es nuevo para nosotros. Empecé a escribir el guion de este largometraje en 2017 y en él ya hablaba de la fuerte deshumanización y estigmatización que sufren los palestinos y el hecho de que su historia no está reconocida. Solo nos interesamos por los palestinos en los momentos de tragedia, que son reales y forman parte de su historia, y no miramos sus vidas cotidianas o su resistencia diaria, que consiste en sobrevivir y en vivir.
P. ¿En qué momento decide contar la historia de su madre y de otras mujeres de la familia?
R. Creo que siempre quise hacer esta película, pero tuve que dirigir primero Leur Algerie, sobre mi familia argelina y su exilio. Sin ella, no habría podido encarar Bye Bye Tiberias porque para mí era más duro hablar de Palestina que de Argelia. La historia de mi familia palestina es un relato fragmentado y lleno de dolor, que se enmarca en una tragedia colectiva aún en curso. En mi primera película aprendí mucho, sobre todo a tratar la transmisión del exilio a través del cine, porque es algo invisible y a menudo indecible que se puede contar gracias a la reflexión que nos aportan las imágenes.
P. Sus dos primeras películas son sobre su familia. ¿Es un círculo que ya ha cerrado?
R. No lo sé. Tenía muchas ganas de llevar al cine estas dos historias familiares. Pienso en mis abuelos argelinos y palestinos y siento que su historia íntima es mucho más que eso: es una historia colectiva, de personas que han sido invisibilizadas y marginadas. Cuando filmo a mi abuela estoy filmando a muchas mujeres con historias similares que no se han contado. Quería capturar esa memoria y transmitirla.
Pienso en mis abuelos argelinos y palestinos y siento que su historia íntima es mucho más que eso: es una historia colectiva, de personas que han sido invisibilizadas y marginadas
P. En un momento de la película usted dice: “Detrás de nuestras sonrisas, sé que el miedo está latente en nuestro interior. ¿Y si todo lo que nos queda de este lugar desaparece? Nací lejos de este lago, pero me siento muy cercana”.
R. Yo nací en París, pero ha habido cosas que me han sido transmitidas desde siempre, por ejemplo, el miedo a la pérdida. Por eso nos aferramos a la memoria, a las huellas que tenemos y tal vez haya sido necesario saltar varias generaciones para poder hacer esta película.
P. Su largometraje está protagonizado por mujeres, delante y detrás de las cámaras.
R. He crecido con ellas. En la familia de mi madre son las guardianas del templo de la memoria familiar y quería retratarlas en su complejidad y autenticidad porque creo que la mujer árabe, sobre todo en el cine occidental, bien se representa como una persona tradicional y conservadora, bien como un ser libre que abandona todo, a menudo para ir a Europa, como si eso fuera el modelo de la libertad. Y las mujeres de este lugar que yo conozco no son ni uno ni otro, sino una mezcla de muchas cosas: aprecian las tradiciones y valores culturales, pero son muy modernas y han logrado hacer realidad muchas de sus aspiraciones, a veces creando un conflicto con su familia pero sin separarse de ella.
P. ¿Se le han cerrado puertas, sobre todo desde el pasado octubre, por haber dirigido una película que habla sobre la expulsión de la familia de su madre en 1948 y la nostalgia de la diáspora?
R. Seguro hay cosas que no sé, pero me siento privilegiada porque desde septiembre, cuando se estrenó, la película ha sido mostrada en muchos lugares, y no ha sido censurada o retirada de ningún festival. Se ha proyectado en Estados Unidos, Francia, Alemania... Y yo he tenido la posibilidad de presentarla y de poner mi voz para defenderla.
P. Estamos en un festival de cine donde hay varias directoras y guionistas del mundo árabe que han sido pioneras en un mundo muy masculino.
R. Nos han abierto camino y ahora, cuando hacemos cine, no estamos aisladas y solas. Ha habido mucha transmisión de conocimiento de parte de cineastas más experimentadas. Cuando hice mi primera película hubo profesionales mujeres del mundo árabe que me apoyaron mucho, como por ejemplo Azza Chaabouni. Yo tenía 27 años, no había hecho nada antes... Respaldos como el suyo me permitieron existir. Actualmente, hemos creado un colectivo de cineastas jóvenes del mundo árabe llamado Rawiyat, que significa contadoras de historias. Nos damos consejos sobre las producciones, los contratos, los festivales... Me gusta esa solidaridad en un medio tan competitivo como este.
Cuando una mujer afronta un proyecto sobre algo distante, una película histórica, por ejemplo, es inmediatamente cuestionada, mientras que un hombre recibe felicitaciones. A las mujeres se las deslegitima rápidamente
P. Una de estas mujeres que ha abierto camino, la marroquí Farida Benlyazid, decía en este festival que las mujeres cineastas cuentan las historias del alma. ¿Está de acuerdo?
R. Creo que las mujeres se centran en historias muy íntimas, como si hubieran entendido perfectamente que lo íntimo es lo más universal y llega a más gente. Y muchas veces optan también por esa subjetividad porque cuando una mujer afronta un proyecto sobre algo distante, una película histórica, por ejemplo, es inmediatamente cuestionada, mientras que un hombre recibe felicitaciones. A las mujeres se las deslegitima rápidamente.
P. ¿Usted se ha sentido deslegitimada?
R. Sí. Siempre tenemos que hacer más para convencer. En primer lugar, contamos con menos financiación. Y eso hace que cuando hacemos la primera película no ganamos lo suficiente y nos cuesta mucho hacer la segunda, porque tenemos que hacer otro trabajo en el medio para lograr fondos. La realidad es que hay muchas mujeres que dirigen su primera película y nunca hacen la segunda, aunque hayan tenido éxito.
P. En el inicio de la película, su madre se muestra reticente a sumergirse en la historia de la familia y le pide que no reabra “el sufrimiento del pasado”. ¿Ahora qué opina del resultado?
R. Para mi madre fue muy duro mostrarse, pero al final me dijo que siempre había querido contar las vidas de su madre y de su abuela y que incluso había escrito poemas sobre su abuela, pero no sabía cómo encarar esta tarea. Ahora, al ver que sus memorias están ahí para siempre, siente una especie de alivio y de orgullo, porque la historia que tanto le ha marcado es palpable, está ahí.
P. ¿Cuál es su próximo proyecto?
R. Por ahora, estoy dedicada a la presentación de Bye Bye Tiberias en diferentes países y festivales. Para mí es importante estar ahí, explicar las cosas yo, con mi voz, y no que hablen en mi lugar. Es una manera también de luchar contra la estigmatización de los palestinos.