De otro lado, cuanto más alejado queda el círculo del verdadero sentimiento y más cerca se está de la superficialidad, más aparecen intereses y miserias. Los gritos pidiendo pena de muerte ante las dependencias donde estaba detenida la asesina confesa y los intentos de agresión ya pertenecen a una realidad impostada, a una sobreactuación esporádica que se desvanecerá pronto. Son brotes ocasionales que no consuelan ni construyen.
Y llegados al mundo de los medios de comunicación audiovisuales, el espectáculo no ha podido ser más desolador. Si en algún momento tuvieron dudas de si podían pecar por exceso o por defecto, todos han elegido sin dudarlo la primera opción. No ha habido reparo ni medida. La batalla por la audiencia, que no es otra otra cosa que la búsqueda de la rentabilidad empresarial, ha desatado una vergonzosa pugna en la que la prudencia, la profesionalidad y el respeto han desaparecido. Programaciones especiales de duraciones desproporcionadas obligaban a repetir una y mil veces las mismas escenas, las mismas frases y las mismas hipótesis. La batalla por la primicia forzaba a imprecisiones y falsedades que después nadie se encargaba de desmentir. Se confundía sentimiento con sensiblería y tragedia con folletín. A veces es difícil saber dónde está la noticia pero es fácil conocer donde está la exageración y el abuso. Cadenas y programas que se creen los adalides de la transparencia y de la lucha contra la corrupción se han arrastrado por el amarilismo más ramplón sin pestañear. Casi nadie se ha librado de esta epidemia. Y por contagio, buscando fotos y notoriedad, también ha habido excesos de codazos y representación política. Al final de este dramático suceso nos quedará la tristeza por una inexplicable muerte y la integridad moral y la firmeza espiritual de Patricia y Ángel. Nada más.
Enrique Linde
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