Ayer miércoles, día en que se instauró, con sol benéfico, la primavera, paseábamos, tras suculento almuerzo, un novelista recuperado para su ciudad, mi querido Antonio Fontana, flamante Premio Málaga de Novela y el que suscribe; deambulábamos pausadamente el autor de 'Sol poniente' y yo, por calle Císter, haciendo invisibles arbolados con nuestra conversación sobre lo divino y lo humano, en realidad, más sobre lo segundo que sobre lo primero, cuando, observamos, de repente, emerger en tropel desde calle Cañón a un grupo de señores trajeados de azul, corbatas anudadas a la perfección, calzando zapatos italianos, de generosa estatura, cabellos de tan rubios níveos, ojos de cristal celeste gélido, ojos transparentes que, por cierto, solo pudimos atisbar fugazmente porque uno de ellos se quitó las gafas de sol para mirar al cielo, camisas 'inmaculada concepción' y relojes de pulsera XXL, que no sé si servían sólo para marcar las horas o también para enviar misiles tierra/aire a París, Londres o Nueva York. Comento esto último porque lo que más nos impactó a Fontana y a mí fue que se comunicaban, en voz baja, cosas al oído, y lo hacían en un idioma que nos era familiar pero del que no lográbamos entender ni una sola palabra, era como si los ecos de aquella cháchara secreta nos llegase de una ciudad lejana, por ejemplo, Moscú. De pronto caímos en la cuenta y nos miramos, claro, eran rusos, rusos de la nueva Rusia de Vladimir Putin.
Los analistas sobre la actual Rusia aconsejan a Occidente que no se inmiscuya en el devenir interno de sus asuntos, en los que el nacionalismo más exasperante se mezcla con el afán patriótico de las élites beneficiadas por la política exterior del Kremlin. Sin embargo, la diplomacia del mundo anglosajón ya está muy cansada de permitir al gobierno eslavo una posición hegemónica en ámbitos que considera son ajenos a su actual influencia política y que, además, lo haga sin ningún reparo. Sin ir más lejos, la abultada mayoría conseguida por Putin en las últimas elecciones celebradas hace unos días no legitima en ningún caso sus prácticas tipo antigua KGB, a la que, no olvidemos, el primer mandatario formó parte como miembro destacado; esto es, acoso y derribo a la oposición, asesinato o cárcel a periodistas disidentes, imparable programa de rearme militar y sobre todo, injerencia en procesos electorales de Occidente; recordemos, sin ir más lejos, la escandalosa intervención rusa en los resultados de presidenciales norteamericanas. El envenenamiento en Londres, escasas semanas atrás, del ex espía Serguéi Skipal y de su hija, continúa una línea similar a la utilizada por la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y que se reinauguró hace unos años con la dioxina aplicada al ex presidente ucraniano Yushenko, que le deformó el rostro, hoy recompuesto. No se extrañen, entonces, que a Fontana y a mí, después de ver a estos muchachos por los jardincillos catedralicios, se nos ocurriera cambiar «Desde Rusia con amor» por «Desde Málaga con amor» ¿Les suena?
Alfredo Taján
Diario Sur
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