Poesía sanadora.
Podría haberse titulado venganza del poeta, pero su título “Puente hacia la Libertad”,
aporta un efecto sanador de experiencias ingratas, provocadas por insidiosas voluntades que
obtienen placer con la victoria infamante sobre el prójimo.
Meapilas que, a fuerza de forzar
voluntades, consiguen una ofrenda floral, un besa manos o unas limosnas, para limpiar sus
maltrechas conciencias. Buenas conciencias equivocadas por la inquina del discurso único, de
la fe única, del dogma que se impone a lo humano, pensando que lo divino así lo ordena.
Buenas gentes descarriadas, que al parecer no llegaron a leer aquello de “la paja en el ojo
ajeno y la viga en el tuyo”, o “lo que hagáis a uno de estos a mi me lo hacéis”, o “el que esté
libre de pecado, que tire la primera piedra”.
El poeta se defiende con la palabra, con la lírica, en prosa o en verso, que transita por
su vida y recorre sus sentimientos cual nostalgias olvidadas en estancias de otro tiempo. Y el
poeta retrata en su verso “a ese bonachón de director”…“pero amante de la mentira”. Al que
también “le espanta” la revolución social que supone alterar el curso monótono, cotidiano,
cansinamente perpetuo de las malas costumbres por él inspiradas.
A ese que “tiene un
crucifijo en su jesuítico despacho público”, al que alguna madre da un bocadillo de jamón
para que se lo lleve a su hijo de seis años, encerrado en un “aula, asfixiado de calor” junto a
sus compañeras y compañeros, intentando prestar atención “a un maestro… empapado de
sudor a treinta grados centígrados”.
La escena es, cuando menos, chocante porque mientras tanto, en su flamante despacho
de dirección, “él se deleita mirando una página de Internet por las mañanas”… imaginando
que “hace el amor con Ceferina Capo, su protegida, envueltos en el delicioso aire fresco de su
climatizador dorado junto a su ventana desde donde controla todas las puertas de emer-
gencia”.
Imágenes invocadas por la mágica escritura de este poeta que, a fuerza de sentir,
comprueba el dolor de la hipocresía, de la intolerancia, de la ira, en definitiva de la barbarie,
disfrazada de obras piadosas.
Más aún cuando esa piedad no llega a nadie, y ni siquiera la
imagen de la Virgen o del Cristo son capaces de captarla, porque destruyen la libertad de
personas a las que se les impone el rito sin misericordia. Más allá de los acontecimientos el
poema queda escrito, trasciende a su creador que, al menos, puede expulsar el veneno
inoculado por tanta “buena gente inconsciente” y un “bonachón director…amante de la
mentira” finalizando verso: “Y la vida era maravillosa como el anuncio de Kas Naranja”.
Fdo Rafael Fenoy
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