La mayoría de los hombres no ha roto un plato en su vida
Mañana es más 8 de marzo que nunca y se está consiguiendo lo imposible: que la palabra feminista deje de ser maldita. Cubrir una palabra de caca de la vaca dificulta que nos asomemos a lo que hay detrás, pues la caca pringa. Ahora difícilmente se niega que el feminismo sea bueno para todo el mundo y a lo más que se llega es a matizarlo. El obispo de San Sebastián, Munilla, ha distinguido entre dos tipos de feminismos y uno es bueno. El otro no, pues el demonio está en él. Cada cual se agarra al obispo que quiere. Osoro, cardenal de Madrid, no sólo apoya la huelga feminista de mañana sino que mantiene que la Virgen María defiende los derechos de las mujeres. Salvini no es obispo pero, como podría indicar su apellido, quiere salvar a la humanidad, o a la parte italiana de la humanidad. Ha dicho en la campaña electoral que Dios nos ha hecho diversos y ha arremetido contra las escuelas en las que las niñas juegan al fútbol y los niños a las muñecas. Confiesa ser un experto en la película 'Frozen', ya que tiene una hija de cinco años, y no le cabe en la cabeza que en la próxima entrega la protagonista pudiese tener una novia. Pero el asunto no va de Disney sino de seres humanos tan tridimensionales como la hija de cinco años de Salvini, que crecerá en un mundo organizado desde la perspectiva masculina, dirigido por hombres que en una gran mayoría no han roto un plato, y no porque sean buenos y hábiles sino porque nunca han lavado ninguno ni puesto una lavadora ni preparado un almuerzo un jueves (tal vez el domingo, cuando vienen invitados que digan anda, qué tío) ni lavado al padre que no puede lavarse solo ni limpiado el cuarto de baño.
La mirada del que nunca ha cuidado es diferente y si tiene el poder de configurar el mundo a su medida lo hará así, con medidas inexactas. La hija de Salvini, y los hijos varones si los tiene, se beneficiarán del éxito de la revolución feminista, como ya se han beneficiado de los avances de un movimiento que no deja de cosechar éxitos y que ha provocado, sin ir más lejos, que las mujeres de mi generación hayan podido estudiar, y nuestras hijas, aunque sólo unas pocas de nuestras madres. Vivimos mejor que nunca, pero eso no quiere decir que no podamos seguir avanzando, y mucho. En la ayuda al desarrollo se usan los microcréditos para salvar familias a partir de una pequeña ayuda explosiva que tendrán que devolver. El 98% de dichos créditos se entregan a mujeres y de ellos se beneficia toda la familia. La mirada de la que cuida es amplia y generosa y por eso se elige a las mujeres. Nuestros hijos varones serán mucho mejores si pueden beneficiarse de esa mirada. Sin hablar de la injusticia que supone la obligatoriedad de asumir los cuidados casi sólo por la mitad de la población. Algunos hombres tienen mucho que perder, pero el mundo puede ser mucho mejor.
Pablo Aranda
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