Hoy las mujeres vienen a decirnos una verdad absoluta. Si nosotras paramos, se para el mundo
Hoy la mujer toma la calle y el megáfono -Málaga va a estar llena de reivindicaciones- para decirle al hombre sordo que ya está bien. Hoy es el día doblemente armado de la mujer. El día 8 de marzo tradicional era una especie de día de la banderita, una cuestación moral por la igualdad, una cosa limosnera que le alivia al paseante el remordimiento por esos niños que se mueren en algún escondrijo de África o, en este caso, por todas las mujeres víctimas de la injusticia. Como si fuese algo que viniese del cielo, un fenómeno meteorológico contra el que nada se puede. Así han sido muchos 8 de marzo, pero el de hoy, decimos, viene doblemente armado, no doblemente cargado de razón, porque la razón siempre estuvo ahí, como un monolito insoslayable. Hoy las mujeres vienen a decirnos una verdad absoluta. Si nosotras paramos, se para el mundo.
Ante esa rotunda evidencia, el hombre elige varios caminos. Los hay líricos, que se dedican al elogio floral, a tocar la campanilla de la solidaridad con el apedreado. Hoy por la mujer y mañana por el inmigrante somalí. Total qué más da echar un discurso buenista, darse dos golpes de pecho y seguir a lo de uno, a lo de siempre. Escurrir el bulto. Otros ni siquiera atinan a esa doble cambiada y asisten desorientados a esta revolución. Se sienten señalados, no porque se hayan aprovechado alguna vez de la debilidad de la mujer, o por lo menos no tienen conciencia de haberlo hecho, sino porque no saben cuál es su casilla en este nuevo tablero social que se está poniendo en pie.
La escritora Nancy Huston sostiene en un libro que está a punto de publicarse en España que esa desorientación masculina se debe por un lado al choque de la biología con la sociedad contemporánea y por otro a la debilidad de un ser, el hombre, que ante sus carencias reacciona normalmente como un energúmeno. La confrontación social con la biología la atribuye Huston a los viejos roles prehistóricos que reservaban a la mujer la cría y educación de la descendencia y al hombre a ejercer de jefe de la manada. Llevamos siglos de evolución para desmontar esos atributos. Según Huston, demasiado pocos todavía, pero en cualquier caso ya es hora de que el hombre sepa que por el hecho de serlo no es jefe ni jefesito de nada. Y que la mujer no viene a arrebatarle nada. Si acaso un poco de miedo, de esa miseria moral en la que algunos individuos se encierran porque los inmigrantes, los pobres, y ahora las mujeres, vienen a bajarlo de su carcomido pedestal. Básicamente, el hombre tiene dos opciones ante este estallido primaveral. Seguir jugando al cromañón o tomar el movimiento de la mujer como una conquista propia. No como la llegada del hombre a la Luna, algo que se hace desde una base perdida en Houston, sino como un acto de justicia en el que él no es un testigo mudo sino un activista, un protagonista más.
Antonio Soler.
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