domingo, 4 de junio de 2023

Lucía Álvarez La Piñona: naturalidad insaciable ... por ExpoFlamenco




Lucía Álvarez La Piñona es una bailaora de Jimena de la Frontera (Cádiz) que con diez años comienza a dar sus primeros pasos en las academias del Campo de Gibraltar. Con dieciocho, decide poner rumbo a Sevilla para ingresar en la Fundación Cristina Heeren. Allí tiene la oportunidad de tomar clases con maestros de la talla de Milagros Mengíbar, Rafael Campallo o Carmen Ledesma. En el año 2011, recibe el premio Desplante en el Festival Internacional del Cante de las Minas de la Unión. En septiembre de 2022, Lucía estrena su espectáculo Insaciable en la Bienal de Sevilla, con el que ha conseguido una gran aceptación tanto entre la crítica como entre el público.



Esta noche es el público madrileño quien tiene la oportunidad de disfrutar en el Teatro Real de otra de sus creaciones. En este caso, Desvaríos.



La sala se vuelve oscura. Ramón Amador, junto a su guitarra, inclina la cabeza para presentarse al público. Y con este simple ademán arranca un aplauso lleno de ganas. Un gesto que hace descifrar que los asistentes están receptivos, son agradecidos y van a ayudar a que el espectáculo vaya sobre ruedas.



Ramón es el reposo y la templanza a la que se enfrenta el teatro antes de dar paso al torbellino que supone el baile de La Piñona. El guitarrista permite a los presentes asistir al íntimo diálogo que mantiene con su compañera de seis cuerdas. A cada uno de sus movimientos le otorga importancia y flamencura. La vibración sostenida e intencionada de las cuerdas aporta belleza y frescura a la pieza que interpreta.



A continuación, Jesús Corbacho y Ezequiel Montoya que salen a acompañar a Amador. Y entre trémolos y arpegios, asoma la impaciente voz de Jesús, que entona por alegrías. Estas son las que poco a poco van a tirar de la bata de cola color esperanza de la bailaora para que por fin salga al escenario. La energía se apodera de su cuerpo y ofrece desplantes valientes y categóricos. La bata de cola da mucho juego a su baile. Y es que no se trata de un vestuario más, ya que este poco a poco va tomando protagonismo hasta conseguir bordar los volantes en los tercios del cante. En esta ocasión, La Piñona deja impregnada la escuela sevillana en su baile, pues su traje vuela y tiene vida, tal y como exige la Mengíbar en cada una de sus clases. Un cante de Jesús por milonga irrumpe en el silencio de las alegrías y Lucía se mueve segura, con la delicadeza y los aires de grandeza que este requiere. Un par de gestos sagaces y atrevidos por bulerías de Cádiz dan paso al siguiente palo.

Una vez más, es Jesús el que comienza a cantar. En esta ocasión, la granaína es el palo protagonista. Y es Ezequiel quien prolonga el cante unos minutos después con una voz de una vivacidad ingobernable. Una dicción que consigue nivelarse con profesionalidad con la de Corbacho, cuya declamación se caracteriza por ser más templada y juiciosa, además de poseer un giro que controla en todo momento los estremecimientos a los que se ve sometido un artista a lo largo de una actuación. La voz de Ezequiel comienza tímida, pero poco a poco se va haciendo notar hasta conseguir una brillante convicción. Con esta firmeza, Montoya impele un quejido que despierta un compás por abandolaos. Como colofón a este cante, una jabera y un fandango de Frasquito Yerbabuena que esperan de nuevo impacientes la llegada de la protagonista.



La Piñona reaparece en un registro muy diferente al anterior. La espiritualidad y la sobriedad conquistan el escenario. Ante los acordes de la falseta, sus oscilaciones se mantienen serenas y elegantes a medida que avanza por el proscenio.




Lucía corta el aire con el movimiento de unos brazos que parecen mimbres bamboleados por los remolinos del duende. La delicadeza y la docilidad tienen el límite en la contundencia de un zapateado que utiliza como llamada para dar paso a la primera letra por taranto. En la segunda ocasión, vuelven a ser unos pies tenaces, íntegros e inmaculados los que llaman a la segunda letra de este cante de levante. Es tal la limpieza que, si se hiciera la prueba de cerrar los ojos durante su ejecución, sería muy sencillo descifrar qué técnica está utilizando en cada momento. Si se trata de una punta, de un tacón, una planta, un látigo.



Una cadencia por tangos emerge hábil entre los dedos de la bailaora. Sus palmas comienzan a jugar con el compás de cuatro tiempos y preparan al auditorio para lo que prosigue. La gaditana comienza con un baile muy contenido y movimientos lentos, evitando en todo momento esas maneras con peso a las que se recurre con asiduidad cuando se baila este estilo. Ella siempre se mantiene fiel a su personalidad en cada trance, sea el palo que sea. Por eso, Lucía decide apostar por las formas volátiles. Por una abstracción que, cuando se le antoja, rompe con el vigor y la vehemencia que sin duda, también la caracterizan.



Lucía Álvarez defiende un flamenco muy clásico, sencillo y sin excentricidades. En su danza, prima sobre todo una naturalidad que conjuga con mucha personalidad y un puñado de matices salvajes. La sutilidad de sus brazos nivela a la perfección la lozanía con la que se enfrenta a cada zapateado. Sin duda, Lucía ejerce un brío innegable sobre sus tacones, pero esta no es una facultad que a día de hoy llame la atención en los pies de un bailaor, precisamente porque la mayoría se centra justo en eso. En cambio, ella ha sabido encontrar un equilibrio muy interesante y depositar en una balanza la misma dosis de fuerza y claridad para el soniquete de su zapateado. Eso sí que es complicado y una gran condición a destacar.



Hoy, La Piñona y su elenco han conseguido que los presentes gocen de una letanía infinita de desvaríos flamencos colmados de una naturalidad insaciable.




Ficha artística

Desvaríos, de Lucía Álvarez La Piñona
Flamenco Real, Temporada 22/23
Teatro Real de Madrid
31 de mayo de 2023
Baile: Lucía Álvarez La Piñona
Cante: Jesús Corbacho y Ezequiel Montoya
Guitarra: Ramón Amador







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