sábado, 24 de diciembre de 2016

Cajeras y pago compulsivo... por Rafael Fenoy

Cajeras y pago compulsivo
Un amigo en el facebook ha compartido unas reflexiones sobre el tiempo en que como comprador se encuentra en la caja del supermercado. Lo cotidiano, cuando se convierte en objeto de análisis, no acaba de sorprendernos. Hacer consciente lo que ocurre, cuando hacemos algo con frecuencia, es un sano ejercicio para mantenernos en el “ahora”, que tan necesario es para evitar funcionar vitalmente en automático.

Volviendo al episodio de la cajera, lo primero es considerar que atender la caja de un comercio, no debería ser una actividad reservada a un sexo, sin embargo es infrecuente que en ese puesto de trabajo nos encontremos con hombres, aunque alguna cadena nacional utiliza algunos. Y esto es así porque se contrata más a mujeres que a hombres y además en eso de cobrar al cliente, cuando comienza la liturgia de “pasar por caja”, parece que el marketing empresarial se decanta por colocar figuras femeninas para “celebrar” el evento.

Observando lo que ocurre, este amigo describe como situado en el extremo final del mostrador de caja, donde se depositan los artículos que ya han sido contabilizados, utilizando el lector de código de barras correspondiente, se encuentra introduciendo en las bolsas, con cierta premura. Aún no ha terminado cuando la cajera dice: son 54 euros. En ese preciso momento estaba acomodando en la bolsa un cartón de leche y su mirada instintivamente se dirige hacia la cola de compradores que esperan que él acabe para ser atendidos por la cajera. Si no hay nadie es muy probable que un grado de la tensión que soporta disminuya, pero si hay personas esperando la presión se acentúa. Sus manos buscan en su bolsillo la cartera, al mismo tiempo que intenta dilucidar la disyuntiva: Terminar de meter los productos en las bolsas y luego pagar, o pagar al mismo tiempo que mete los productos en las bolsas. La elección se produce en décimas de segundo y con casi entera seguridad la opción segunda es por la que se opta. Con una mano da la tarjeta de crédito a la Cajera y con la otra intenta, sin conseguirlo meter un paquete de café en la bolsa. Aún no ha acabado con el malabarismo cuando la Cajera le ofrece la maquina lectora de tarjetas y le dice que ponga el “pin”. ¡Ahora Sí!, ya no le queda más remedio que dejar la bolsa y dedicar ambas manos a la tarea de introducir los dígitos del número secreto en la maquina. ¡Todos lo comprenderán!, se dice así mismo. Sigue mientras se resuelve la transacción volviendo a la bolsa y su llenado, le faltan aún varios artículos que meter. Vuelta la cajera a avisarle. ¡Por favor! Retire la tarjeta y le endosa un conjunto de listas de papel, entre las que, además de la cuenta, se añaden ofertas, avisos, publicidad… Y sigue con el llenado de la bolsa hasta que de nuevo la Cajera le dice ¡Los puntos!.. Ofreciéndole una tira de pequeñas pegatinas donde resalta un 1 en cada una de ellas. Una mirada de sorpresa le da pie a la Cajera para explicarle que son para una “oferta” en la que, dándole un díptico, poniéndolo en sus correspondientes casilleros y una vez rellena puede optar a comprar una vajilla a mitad de precio.

La verdad es que no ha tenido tiempo de fijarse en lo que marca la máquina registradora, cuando la Cajera pasaba los objetos por el lector de códigos de barra, tampoco ha tenido tiempo de mirar el largo listado de artículos que ha pagado, sin ni siquiera comprobar precios, ni ofertas y todo ello con una premura impropia tanto de su talante como de un acto que debe ser comedido, tranquilo y sosegado, ya que de dineros se trata.

En definitiva todo a la carrera, bien porque no piensen los demás que uno es lento, torpe o algo peor, o porque nos llenamos de “respeto humano” y consideramos que el tiempo de las personas que esperan es muy valioso y no pretendemos ser desconsiderados. Por un lado o por otro, entramos casi programados en una liturgia que está muy estudiada por las empresas comerciales que pretenden con el menor número de cajeras obtener el mayor de los beneficios. ¡Ah! y no quedará la cosa así, ya que con los arcos scaners que pueden leer las etiquetas inteligentes, o peor aún las apps en los móviles, ya existentes, las Cajeras serán cosa del pasado en muy poco tiempo.
Fdo Rafael Fenoy Rico 

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