viernes, 23 de diciembre de 2016

Mil Euros ... por Txema Martin

A estas alturas de la vida hay una cosa que ya deberíamos tener muy clara. No importa cuándo se enciendan las luces ni la noche de diciembre en la que descorchemos nuestro primer langostino. No importa cómo se pongan los reyes ni cómo vengan los descuentos, como tampoco importa cuándo entonemos el más absurdo de los villancicos. Digan lo que digan, se pongan como se pongan, la Navidad empieza el día del Gordo, y en esto están de acuerdo hasta los cánones más conservadores de las Pascuas. Los expertos por fin se ponen de acuerdo en algo.

La Navidad empieza cuando es el primer o segundo día de las vacaciones y te despiertas a las 11 de la mañana sin nada mejor que la intención de almorzar en pijama. La melodía aguda y a punto de romperse de los mil euros emitida por las portentosas gargantas de los niños de San Ildefonso se te adhiere a los tímpanos y no se despega, su eco erosiona y recorre la trompa de Eustaquio hasta el infinito; me dicen que a ese fino martilleo auditivo se le denomina 'gusano de oreja'. La Navidad empieza entonces cuando se produce ese gusano en nuestros pabellones, o incluso antes, cuando esa larva anida en forma de seda en el primer colgado que accede al Teatro Real, disfrazado de loco, bien de anís y con toda la intención de vivir una mañana emocionante al hacer algo que al resto del mundo le parece una soberana pérdida de tiempo.

Ayer llevaron chocolate con churros a las mejores redacciones de los periódicos y los informativos se iban transformando en un desfile de gente en pleno éxtasis, en una borrachera de décimos premiados y en la sangre regada de cava. Hay gente que encuentra este día insoportable. Sin embargo, a mí me parece una bendición y lo paso así, de manera ferviente, con la tristeza de quienes no hemos sido premiados, y quizás con un poso de melancolía, como si el azar fuera el último catecismo de España porque hay una fe que convierte al dinero en el flamante depositario de la felicidad, que ahora consiste simplemente en estar tranquilo. Por eso no tenemos nada que envidiarle a los ganadores. Hay tantas agonías que se curan con dinero que puede llegar a resultar cruel no sentir empatía con los premiados, un género formado a menudo por gente desgraciada y humilde, aunque también hay triunfadores natos porque el azar es tan injusto como los dioses, y no suele distinguir este tipo de condiciones. Por eso hay que inclinarse siempre por los premios pequeños y por los sueños más asequibles. Una dotación demasiado ostentosa no sólo no te resuelve la vida, sino que puede destrozártela aún más. No vamos detrás del Gordo. En el próximo sorteo tenemos que ir detrás de esa cantidad perfecta, la suma exacta que nos acompañe hacia la felicidad sin agobiarnos, para que así, poco a poco y entre todos, nos vayamos consolando.
Txema Martin

Mas artículos de opinión de Txema Martin en Aumor AQUI
Mas artículos de opinión en Aumor AQUI

No hay comentarios:

Publicar un comentario