domingo, 15 de mayo de 2016

Noches en Blanco ... por Antonio Soler

Anoche -todo apunta en la víspera que será así- media ciudad permaneció insomne, atraída por la cultura. Una cultura con linternas que se aleja de los caminos transitados del día y, travestida de noctámbula, se reconoce a sí misma en los laberintos de la noche. Todas las instituciones culturales volcadas en el evento, teatros, librerías, poetas, furtivos, espontáneos y consagrados de todo pelaje. Monumentos, museos, artistas con pedigrí, aprovechados, gestores de ocasión y expertos con renombre. La cultura es eso, una amalgama informe donde confluye el pensamiento más refinado con el guiso que se cuece en las aceras, una combustión viva que genera energía y una energía que se transforma en economía.


No se sabe cuántas madrugadas en blanco, cuánto insomnio, cuántas noches de los libros, cuántas colas hechas a la luz de la luna hacen falta para que el entramado social comprenda que eso de la cultura no es un toque de distinción ni el capricho de una pequeña tribu de amanerados sensibleros, sino una industria que crea puestos de trabajo, atrae inversiones, tiene prestigio internacional y señala el futuro de sociedades que, como las europeas, no pueden compertir en un mundo industrialmente abaratado sino es a través de la educación y la cultura, de la iniciativa y la capacidad creadora. La noche en blanco, la noche de los libros que hace unas cuantas semanas se vivió en La Térmica, son llamadas de atención, acontecimientos que no deben ser oasis en el desierto sino unos meros picos en medio de una fértil meseta.

Hace sólo tres décadas Málaga era un páramo cultural. Un Ateneo combativo y minoritario, una Sociedad Económica de Amigos del País haciendo de hombre orquesta, unos cuantos francotiradores que se decidieron a no coger las maletas y confiaron en que no era necesario irse a Madrid o a Barcelona para recibir el bautismo del arte o la literatura. Ese era el panorama antes de que políticos como Pedro Aparicio o Rafael Ballesteros apostaran por la regeneración y dignificación del teatro Cervantes, la creación de la Fundación Picasso o del Centro de la Generación del 27, con aquel desfile de escritores hasta entonces insospechados por este lado del Mediterráneo. Ese era el paisaje antes de que el Colegio de Arquitectos se convirtiera en un personal reflejo de eso que se llamó la Movida, de que la hierba, a veces débil y torcida, empezara a crecer en medio del pedregal. Aquello sí que fue el amanecer de una noche de lobos. La siembra de una apuesta que, con algunos descalabros pero también con rotundos aciertos, ha continuado Francisco de la Torre orquestado además por una Junta de Andalucía que antes de las vacas flaquísimas y su actual racanería contribuyó a que Málaga tenga este sello de ciudad arrimada a la cultura. Un sello que todavía tiene el lacre blando, que necesita no sólo noches en blanco sino muchos días trabajando de sol a sol en el campo, siempre necesitado de abono, de la cultura.

Leído en DiarioSur

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