Foto: Tiojimeno |
Con puntualidad alemana y gesto de circunstancia, el pianista cubano residente en EEUU Gonzalo Rubalcaba se sentó ayer ante su instrumento en el Teatro Cervantes y no ocultó ante el público las emociones que le embargaban: "Hoy es un día para decir más de la cuenta o no decir nada". Le acompañaban ya en escena los otros tres efectivos de su cuarteto: Matt Brewer al contrabajo, Will Vinson al saxo y Jeff Ballard a la batería. Pero de inmediato invocó el titular de la formación al otro gran protagonista de la noche, el compositor y contrabajista Charlie Haden (1937 - 2014), a quien recordó como "un maestro que ha ejercido una enorme influencia en mí, como músico y como ser humano", y del que afirmó: "En un día como hoy, él se sentiría como todos aquellos que están consternados y hasta enfadados. Pero también habría encontrado de inmediato un motivo para la esperanza. Y habría hecho lo que hizo siempre: seguir creando su música como un puente de amor entre todos". No resulta descabellado, ni mucho menos, considerar que Rubalcaba se convirtió en el músico de jazz que quería ser con la producción del Nocturne (2001) que grabó con Haden; no tanto por los Grammy que cayeron desde entonces, sino porque el pianista encontró una manera única y singular de depositar toda la tradición afrocubana que traía consigo. Haden le ofreció un molde mucho más reflexivo y contemporáneo, en el que las notas se insertaban como células vivas reunidas a su vez en moléculas y organismos complejos y con patrones rítmicos plantados en las antípodas. Rubalcaba abrazó así la manera de ser otro sin dejar de ser él mismo, en virtud de una alianza que perduró hasta el memorable Tokyo Adagio(2015), registrado ya de manera póstuma en lo que Haden se refiere. El cantado tributo en forma de álbum llegó hace sólo un par de meses con Charlie, el trabajo con el que Rubalcaba mantiene viva la llama y que ayer presentó en un Cervantes algo desangelado dentro del Festival de Jazz. Y no, aunque el pianista y los suyos parecieran realmente tocados, el éxito electoral de Donald Trump no aguó la fiesta. Ni mucho menos. El mundo sigue, también, en lo que respecta a la belleza.
First Song abrió un caudal en el que el encuentro de Rubalcaba y Haden, ciertamente, parecía intacto a pesar de la llorada ausencia del segundo. El cuarteto, solvente, dibujó un paisaje sonoro repleto de hallazgos, de menos a más, como si el corazón del bop se desgajase cual mandarina y correspondiese al respetable repartirse los gajos. Hubo tránsitos de verdadera puesta de prueba al tono, como en Transparence; aunque, curiosamente, donde más brilló la ejecución fue en los pasajes en los que Rubalcaba tiraba más de su propia arqueología, con armonías trenzadas en furibundas chaconas que remitían al carácter universal de lo latino, aún disuelto en esa especie de líquido amniótico heredado de Haden. Ciertamente, a Rubalcaba nunca le ha hecho falta ser Keith Jarrett para alinearse con el homenajeado y estar a la altura; ayer, cuanto más se alejaba del quid contemplativo, más y mejor llegaba a donde pretendía. Del cuarteto destacaron Jeff Ballard y su técnica, crecida en la caja sorda. De la nostalgia y la derrota sólo puede salir jazz.
Pablo Bujalance
Málaga HOy
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