Ya nos lo explicarán con detalle los grandes popes del ensayo, los sociólogos franceses, los sabios polacos o coreanos, los Bauman, Touraine o Byung-Chul Han o el, supone uno, deprimido Chomsky, pero la profecía de Fukuyama sobre el fin de la Historia -el fin de las ideologías que la sustentaban- no ha llegado. Lo que ha llegado es un disfraz ideológico, un populismo mutante capaz de adaptarse a cualquier territorio. Algunos ven el populismo como un nuevo jinete del Apocalipsis, quizás porque lo que hace es evocar continuamente a sus supuestos cuatro hermanos. Peligros, hambrunas, desolación. Este populismo sería el caballo blanco de la victoria, el que se impone a todas las amenazas, el que edifica todas las murallas y nos aparta de los males del mundo. El que nos da seguridad. Y el que nos aleja de su hermano bastardo, el populismo de izquierdas.
Trump, Le Pen, Hofer, los padres del Brexit aspiran a convertirse en los enterradores de aquel tiempo de libertinaje que estaba minando el esqueleto de la sociedad. Un mundo cada vez más pequeño, más global y al mismo tiempo formado por compartimentos estancos. Quizá se esté dibujando la amenaza de aquel futuro siniestro que anunciaban Orwell, Huxley, Philip K. Dick y otros profetas de una ficción que cada vez va cobrando más tintes de realismo. Ya pueden desengañarse los optimistas que piensen que eso -Brexit, Trump, la ultraderecha europea- es algo que no les concierne o sólo les afecta de modo tangencial. Inmigración, comercio, pensiones, seguridad, todo está y estará cada vez más entreverado. Los refugiados desalojados de Calais son hermanos de los rumanos que han levantado chabolas ahí en el descampado de Repsol. No es un efecto mariposa sino el paso de un mamut lo que trastocará nuestra vida cotidiana y estrechará nuestro horizonte.
Y no es solamente un problema económico. Quizás verdaderamente el mundo se esté fracturando no en horizontal, sino en vertical. Una clase despegándose de otra. Ese es el mensaje que muchos vieron en el Brexit y que muchos empezaron a ver ayer en la victoria de Trump. Una élite informada y urbana que aspira a vivir en un Estado progresista y solidario, y una clase media pseudo rural, aferrada a lo inmediato y propensa a imaginar un pasado que tiene que ver más con la leyenda que con la Historia y al que desean regresar a toda costa. Un país de nunca jamás que los líderes populistas, convertidos en delirantes salvadores, no dejan de abonar. El imperio británico, la grandeur de Francia, los Estados Unidos líderes espirituales y paladines únicos de la libertad. Una mística, una fábula que nos entra a raudales por las televisiones, por el enjambre de pantallas y pantallitas a las que pasamos las horas y los días asomados. La política tradicional, caída en demasiados pecados, no le sirve a una inmensidad de votantes y se ve incapaz de contrarrestar esa avalancha azuzada por el miedo y los ensueños nostálgicos. No, la Historia, verdaderamente, no ha terminado.
Antonio Soler.
Diario Sur.
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