martes, 7 de noviembre de 2017

Bartleby 155 ... por Pablo Bujalance

Después de no hacer nada, Rajoy ha mandado callar a todo el mundo haciendo justo lo que no quería hacer
Y resultó que Mariano Rajoy era el estadista que nadie esperaba, el hombre capaz de parar el golpe, el líder que logra poner de acuerdo a su partido, a Ciudadanos y al PSOE de Pedro Sánchez (pelillos a la mar: con tanto no es no, al final no también podía ser no, bueno, ya veremos) para que la Constitución ponga en marcha su maquinaria más carpetovetónica y oxidada. Es él, el presi, el mismo al que muchos, no sólo del ala más reaccionaria del PP, sino incluso algún que otro liberal con pecadillos socialdemocrátas en el currículum, pedían que hiciera algo mientras nuestro héroe se encogía de hombros. Es él a quien Aznar pidió paso libre si no era capaz de echarle huevos a la tortilla mientras él, Rajoy, el nuestro, respondía a la manera de Bartleby, el escribiente: Preferiría no hacerlo. Y es él, el registrador de la propiedad con mejor calificación en toda la historia de Pontevedra, quien se limitaba a susurrar Señor Jesús, ten misericordia de mí, con las manos en las rodillas, mientras hasta el conserje imploraba Mariano, por Dios, haz algo. A Rajoy hace mucho que su partido lo dio por defenestrado mientras se tiraba de las barbas cada vez que el ungido Pablo Casado demostraba lo grande que podía llegar a tener la boca. Y es don Mariano, al fin, quien ha callado a todo el mundo haciendo justo lo que no quería hacer.


He aquí que Mariano Rajoy ha dado una lección inolvidable. En estos tiempos en los que la política ha sido sustituida por los derechos adquiridos, la jauría tuitera, la falacia mediocre que los politólogos más guapis de la clase bautizaron como posverdad, los intelectuales curtidos a golpe de click, la negación del otro y el milagro de Fátima, Rajoy ha actuado con absoluta consecuencia no haciendo política. Tampoco deshaciéndola, que conste, si bien la política, como los mantecados de almendra, termina deshaciéndose solita; simplemente yendo a donde hubiera que ir y santas pascuas. Sin adoptar nada parecido a una decisión respecto a Cataluña. Y cuando finalmente la adoptó, cuando ya hasta el Rey había pronunciado su mensaje televisado, que es como para tomárselo en serio, Rajoy dejó bien clara su opinión personal: yo, verán ustedes, habría preferido no hacerlo. Pues claro. Las abuelas siempre nos aconsejaron que no nos metiéramos en líos. Tenían razón.

Y ahora que hasta Puigdemont se entrega en Bélgica, sin haber tenido tiempo siquiera de probar el chocolate, Rajoy se revela como el hombre que tenía razón. Con la que se nos viene encima en Cataluña para los próximos meses, podemos confiar en que él seguirá ahí. Sin hacer nada. En su puesto.

Pablo Bujalance

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