Mi papá era militar. Y boxeador profesional.
Nunca me dijo que me quería.
Crecí sin juguetes, excepto uno, el que me regaló la hija mayor de mi madre, mi hermanastra, quien me lleva 18 años, y que nunca me dijo que me quería.
Pero hay algo que me une a ella – un juguete, el único que tuve en toda mi infancia: un conejo de peluche color rosa con panza marfil. Yo dormía con él y me lo llevaba a todas partes. Le contaba mis días de soledad de una niña no deseada, ni bienvenida a este mundo.
En realidad, no me faltaba nunca de nada, mi familia era más que acomodada.
También me sobraba régimen militar, disciplina férrea, orden y concierto, una librería que ocupaba la habitación entera de mi casa, clases de música, danza e idiomas.
Desde que tengo memoria mi padre me enseñaba a pelear. No sé qué gusto tendría al ver a su hija pequeña practicar movimientos de boxeo. Yo cumplía sus deseos porque no conocía otras formas de conseguir migajas de su atención y miradas de aprobación.
Cuando llegó el conejito a casa, mi padre lo miró con desprecio, y en un principio no dijo nada. Pero un día de esos que le apetecía enseñarme una nueva secuencia de movimientos de boxeo, cogió mi peluche y lo puso de blanco para que yo lo golpeara.
Lo miré a él, le miré a mi padre, y las lágrimas corrieron por mi rostro.
- Venga, no me seas débil. Dale! O es que no eres capaz de darle al puto peluche?
Y le di, con el corazón hecho añicos y dientes apretados. Dientes que sigo apretando por las noches hasta el día de hoy, porque las chicas fuertes no lloran.
Sé que era su forma de educarme en el desapego. A saber actuar ante “me gusta, pero me conviene”. A crecer antes del tiempo.
Y crecí. Antes del tiempo, papá.
Quiero confesarte, que unos años después de tu muerte fui a comprarme una ranita de peluche, verde con panza marfil. Porque las ranitas siempre me daban pena: a nadie le gusta una rana, por eso sentía compasión por esos seres ingratos. Llegué a tener 5 ranitas de tamaños diferentes. Pero un día hubo una campaña de recogida de juguetes para los niños sin recursos y las entregué a todas, aunque las echo mucho de menos.
Igual que a ti. Me faltas mucho papá. Y me falta una parte de la enseñanza que no te dio tiempo a inculcarme: qué tengo que hacer cuando el puto juguete soy yo?
Hoy hace exactamente 28 años que enterré a mi padre. Lo habían asesinado
No hay comentarios:
Publicar un comentario