David Lynch afirmó en una ocasión que los grafitis habían destrozado el mundo y ahora es Francisco Pomares, concejal de Urbanismo, el que viene a salvar al mundo del arte urbano. Hace unos días, amanecimos con que el Ayuntamiento había propuesto una sanción de, como mínimo, 600 euros contra uno de los pocos negocios que le han salido al barrio del Soho, que todavía cuesta llamarlo así, porque consideran que los grafitis que lucen en su fachada son elementos publicitarios. Ante el escándalo que ha producido el caso, desde Urbanismo recuerdan que su misión es proteger todo el entorno del Centro y que los propietarios de los negocios no pueden hacer uso de las fachadas como si fueran de su propiedad. Es entonces cuando escuchamos risas enlatadas y el estruendo de la traca final del MAUS, cuya continuidad queda en entredicho por el autosabotaje municipal. Basta recordar que el propio Ayuntamiento consintió que la Equitativa estuviera meses con una lona anunciando ginebra, permite una tremenda moda de contrachapado en las fachadas anunciando la compra de oro, y otras tantas barbaridades, incluido un grafiti de incierto valor estético en el destruido barrio de la judería, que funciona como perfecto reclamo hostelero porque cuando lo ves lo único que te apetece es beber.
Los propietarios del negocio sancionado han distribuido imágenes del aspecto lamentable que presentaba ese edificio antes de su llegada, con una fachada que por cierto no tiene mayor protección que cualquiera del centro histórico, la zona cero de las fechorías urbanísticas más retorcidas. Incluso hay grafiteros locales que ya proponen borrar todas sus obras de barrios con una verdadera expresión de arte urbano, como son Lagunillas o el entorno de Pozos Dulces, ante lo que consideran un intento de las instituciones de obtener réditos políticos y económicos mediante una expresión artística que tiene la clandestinidad en su propia definición.
Si había poca credibilidad en el Soho, ahora el propio proyecto queda censurado por la misma corporación que lo hizo realidad. Lo idóneo habría sido que el MAUS viniera con una legislación municipal más flexible en materia de arte urbano, y no con esta distinción fascistoide entre el 'arte oficial', apoyado y subvencionado desde el poder, y el 'arte no oficial', de naturaleza espontánea y ciudadana. Quizá tras esto se esconda una batalla entre distintas áreas del Ayuntamiento; el sábado pasado, durante el revoltijo de la Noche en Blanco, fui testigo de cómo la Policía Local ordenaba suspender una actividad de la programación oficial, algo que tuvo que resolverse in extremis mediante el comodín de la llamada. En el Ayuntamiento no hay coordinación alguna. Tampoco parece haber ni capacidad intelectual ni ganas de distinguir el arte de la gamberrada, sólo de hacer cada día un ridículo espantoso.
Leído en Diario Sur.
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