Las esporas son microorganismos que transmiten la vida, un elemento fundamental en los ciclos biológicos de hongos, algas y algunos protozoos. Vida microscópica que de momento no tiene trasvase a la energía social y laboral del ser humano. Así lo ha recordado el presidente de la patronal malagueña, González de Lara. Según él, los políticos creen que el empleo se reproduce por esporas. Como los champiñones. Achaca además a la clase política que se entregue a la inconcreción y que use poco la palabra empresa y la palabra empresario. La inconcreción forma parte de cualquier campaña electoral. Si la tendencia política habitual es el adelgazamiento del discurso en beneficio de la imagen, el carisma, la chispa y el retruécano, en las campañas electorales ese fenómeno se eleva a la décima potencia. Una corbata, o su ausencia, pueden valer lo que un plan de enseñanza. La campaña es el tiempo en el que se besan niños desconocidos, se toma café en la barra de unos bares de barrio a los que nunca se volverá y se vende el nuevo crecepelo: la creación de empleo. González de Lara lo tendría que saber. Nadie le pregunta al vendedor del crecepelo callejero cómo actúa su loción ni sobre qué mecanismos biológicos o enzimas actúan.
El presidente de la patronal malagueña sabe en qué consiste el juego, pero se indigna. Lo mismo que se indigna con la nomenclatura, con el hurto de los vocablos empresa y empresario para sustituirlos por autónomos o emprendedores. Es el nuevo lenguaje, un lenguaje blando lleno de eufemismos y del imaginario naif de lo políticamente correcto que asocia al empresario con el déspota -eso que González de Lara llama pirata con parche en el ojo- y la empresa con una factoría dickensiana a la que acudía el obrero explotado para dejarse la vida. Los gordos ya no son gordos ni los viejos viejos, así que los empresarios son emprendedores, y lo serán hasta que emprendedor tenga el mismo significado que empresario. Entonces surgirá otra palabra, como si las condiciones laborales tuvieran que ver con la semántica y no con la justicia o la dignidad. Pero ese es el juego. Los políticos de derechas no pueden elogiar más de la cuenta a los empresarios porque el voto popular puede darse a la fuga. Los de la izquierda moderada pueden ser tachados de liberales, y los liberales de chupasangres. Así que sólo desde Podemos podrían halagar al empresariado. No importa que tiempo atrás les lanzaran tomates dialécticos. Su mágica transversalidad les otorga un pasaporte por el que pueden viajar por el espacio político a través de auténticos agujeros de gusano. Si ahora Pablo Iglesias se define como patriota en contraste con ese vídeo que circula por ahí y en el que se confesaba incapaz de pronunciar la palabra España, del mismo modo puede erigirse en el máximo defensor de la empresa. La magia y el chamanismo político andan sueltos. El empleo no se reproduce por esporas, pero el voto sí.
El presidente de la patronal malagueña sabe en qué consiste el juego, pero se indigna. Lo mismo que se indigna con la nomenclatura, con el hurto de los vocablos empresa y empresario para sustituirlos por autónomos o emprendedores. Es el nuevo lenguaje, un lenguaje blando lleno de eufemismos y del imaginario naif de lo políticamente correcto que asocia al empresario con el déspota -eso que González de Lara llama pirata con parche en el ojo- y la empresa con una factoría dickensiana a la que acudía el obrero explotado para dejarse la vida. Los gordos ya no son gordos ni los viejos viejos, así que los empresarios son emprendedores, y lo serán hasta que emprendedor tenga el mismo significado que empresario. Entonces surgirá otra palabra, como si las condiciones laborales tuvieran que ver con la semántica y no con la justicia o la dignidad. Pero ese es el juego. Los políticos de derechas no pueden elogiar más de la cuenta a los empresarios porque el voto popular puede darse a la fuga. Los de la izquierda moderada pueden ser tachados de liberales, y los liberales de chupasangres. Así que sólo desde Podemos podrían halagar al empresariado. No importa que tiempo atrás les lanzaran tomates dialécticos. Su mágica transversalidad les otorga un pasaporte por el que pueden viajar por el espacio político a través de auténticos agujeros de gusano. Si ahora Pablo Iglesias se define como patriota en contraste con ese vídeo que circula por ahí y en el que se confesaba incapaz de pronunciar la palabra España, del mismo modo puede erigirse en el máximo defensor de la empresa. La magia y el chamanismo político andan sueltos. El empleo no se reproduce por esporas, pero el voto sí.
Antonio Soler
Diario Sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario