Un socialista se lamenta de que no le han dejado entrar a su despacho para recoger la foto de su hijo, invoca sus años de militancia. Una socialista cuenta a una maraña de micrófonos que ingresó en las Juventudes con catorce años y que ahora la han tenido en el hall de Ferraz dos horas después de que ella misma se proclamase Rey Sol -o Reina Luna- del PSOE. Susana Díaz muestra entre sus brazos a Micaela Navarro -extinta presidenta del partido- como un trofeo. Unos hablan de traidores, otros de atrincheramiento. El Felipe González que pilotó la modernización del país -él o el ser que lo habita- sacaba la lengua y hacía muecas burlonas al reiterarse en unas declaraciones en las que aireaba una conversación privada para denunciar no el error táctico de Sánchez sino su espíritu taimado. Grandes argumentos políticos por todas partes.
Un partido que luchó por la dignidad de una clase obrera explotada desde los confines del siglo XIX, que atravesó con más luces que sombras la II República, que padeció una guerra incluido un gravísimo cisma interno en su dramático desenlace -Besteiro contra Negrín-, que sufrió con enorme dignidad cárcel, exilio, represión y muerte, que dio sentido a la Transición y que ahora esgrime secuestros de retratos, fechas de afiliación y sentimentalismo de radionovela a modo de coordenada política. Sánchez, sí, inició una deriva basada en la tosudez, y lejos de conceder una abstención a cambio de medidas sociales y de llevar al PSOE a encabezar una oposición férrea y someter a un gobierno del PP al control del Parlamento, se perdió en un laberinto de paredes opacas y en un enigma críptico que negaba con la misma rotundidad terceras elecciones, abstención y encabezar un gobierno con indepentistas incluidos. Así, además, se lo encomendó el último comité federal. Allí los ahora críticos le dejaron claro lo que no debía hacer. Pero nadie le dijo lo que debía hacer. Todos callaron en el órgano pertinente. Pero ninguno dejó de hablar, con subterfugios, nada más pisar la calle o el plató televisivo.
Sánchez fue tutelado desde el minuto uno. Vieron en él un buen chico de los recados. Pero el oficio no se le daba bien. Los barones, con la baronesa Susana a la cabeza, trataban de convertir en títere la secretaría general del partido que durante más tiempo ha gobernado pero que desde la operación constitucional de Zapatero anda desorientado, buscando un rumbo que Podemos trata de arrebatarle a toda costa. La presión, su escandalosa falta de autocrítica y una estrategia zigzagueante llevaron a Sánchez a un improcedente órdago. Primarias y congreso en medio de una encrucijada nacional. Y al órdago le responde la baronía con un putsch vergonzante. Andalucía, con Málaga bajo el ala, lleva la voz cantante en esa batalla territorial. Susana Díaz escenificó la operación ofreciéndose para coser el partido como jefa de taller o modista del turno de noche. Conmovedora costurera esta que remienda el tejido casi con tanto ahínco como lo que desgarra.
ANTONIO SOLER
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