sábado, 19 de noviembre de 2016

Desmemoria ... por Antonio Soler

Susana Díaz se ha asomado a los platós para no decir nada, que es su modo de decirlo todo. Susana Díaz se ha asomado para decirnos que existe. Los políticos de este milenio son muy conscientes de cómo cunde el olvido. Usan la memoria en un doble sentido, la ignoran y la moldean según la conveniencia. Porque al mismo tiempo que Susana se asoma a las pantallas y levanta un rumor de tweets para recordarnos su magnánima existencia, ella misma juega con la desmemoria, con ese lavado de recuerdos que en apenas unos meses diluirá su actuación en la vergonzosa semana que antecedió al negro comité federal del 1 de octubre. Aquel golpe de mano, aquel amotinamiento, la defenestración del muñecón que ella había puesto en la secretaría general para pararle los pies a Eduardo Madina y que nunca quiso ser muñecón, todo eso debe llevárselo suavemente la corriente de los días para dejar paso a la Susana madre de los socialistas, la salvadora que viene del sur llena de humildad. Trianera, tiesa, roja y decente.


En su reaparición, Susana ha lanzado uno de sus míticos mensajes. Estará donde quieran sus compañeros que esté, en el último vagón o conduciendo la locomotora. Factor de la Renfe socialista o caudilla del ferrocarril. Donde le digan, donde sea menester, como un corderito ferroviario. Es decir, que lo que está pidiendo no es que la reclamen, sino que la aclamen. Susana Díaz está pidiéndole a su partido que la proclame salvadora. Y si no es así seguirá especulando, seguirá haciendo apariciones intermitentes, emitiendo mensajes que tienen que ver más con las líneas férreas que con la política, haciendo metáforas y lanzando argumentos de gran calado político como «El PSOE es mucho PSOE», por ejemplo. Los sanchistas quieren un congreso ya. Los sanchistas también saben que la memoria es plastilina. No quieren que se olvide todo aquello que Susana desea que se olvide. Los dos sectores saben con qué facilidad llega la desmemoria, y sobre ese presupuesto trabajan.


Dicen los chistosos que Susana Díaz es como la cerveza Cruzcampo, que se vende mal al norte de Despeñaperros. Por delante, Díaz tiene el reto de una reconquista a la inversa. Colocarse en las estanterías de todos los supermercados y en los frigoríficos de los bares más recónditos. Dejar el trono andaluz y empreder una aventura incierta. Andalucía también es mucha Andalucía, sí, pero a Susana empiezan a apretarle las sisas regionales. Necesita expandirse. Lo de aquí puede empezar a resultarle cansino. Ella, tan aficionada a las metáforas ferroviarias, sabe bien que no nos va a sacar del furgón de cola europeo ni español en demasiadas materias fundamentales. Tiene además unos incordios que la exasperan y minimizan su imagen, una Teresa Rodríguez decidida a convertirse en su azote perenne, unos antiguos socios comunistas resentidos que la aburren con sus reproches y un PP que como puching ball tiene los muelles vencidos. Susana Díaz está hecha para metas y adversarios más altos, y para mucho más olvido.

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