domingo, 19 de marzo de 2017

Bienvenidos al fin del mundo ... por Pablo Bujalance.


El CAC Málaga inauguró ayer la mayor exposición celebrada en Europa del artista chino Jia Aili, con 28 pinturas realizadas en los últimos diez años en las que ofrece un retrato presente de su país a través de la distopía y de sus monumentales paisajes apocalípticos La idea de que el arte todavía puede causar un impacto real en la conciencia tiene su prueba del nueve en Jia Aili, el artista chino que inauguró ayer en el CAC Málaga su primera exposición individual en España y la segunda (y mayor) en Europa, con 28 obras realizadas en la última década. Nacido en 1979 en Dandong, ciudad próxima a la frontera con Corea del Norte, y residente en Pekín, Jia Aili se reivindica esencialmente como pintor, apegado a una figuración de forma realista y fondo fantástico que llega a ser tan conmovedor como inquietante, con un poder evocador de difícil parangón en el espectro contemporáneo. El artista recurre a los lenguajes iconográficos propios de la ciencia-ficción distópica para abordar una brutal aproximación a la China contemporánea: sus óleos sobre lienzo quedan así poblados por personajes desarraigados en extrema y fantasmagórica soledad, aviones y astronaves estrelladas, astronautas perdidos en el vacío cósmico, presencias cuya humanidad parece ser succionada por artefactos de vampírica tecnología, estampas postapocalípticas y fragmentos de ingenierías e industrias proclives a la nostalgia. Si las pinturas, nada complacientes, llevan definitivamente al visitante a otro sitio, como si hubieran sido ejecutadas por una inteligencia extraterrestre, especial mención merece el monumental We come from the century, un cuadro de seis metros de alto por quince de ancho en cuya realización invirtió el artista tres años y que decididamente traslada a quien observa al momento preciso en que el mundo se acaba. Bautizada con el mismo nombre del artista, Jia Aili, la exposición, que podrá verse hasta el 18 de junio, ha significado todo un reto logístico para el CAC, dadas las dimensiones descomunales de algunos cuadros y la treintena de galerías y coleccionistas de todo el mundo que han cedido las obras ahora reunidas en el centro.

 En su comparecencia ante los medios, Jia Alili definió ayer su obra como "el trabajo de un artista libre. Tal vez no sea la mejor pintura que puede verse en China actualmente, pero sí es la más honesta". Correspondía preguntarle por el alcance de esta libertad en un país como China, y Jia Aili apuntó que justo ahora hace diez años pudo abandonar su puesto de profesor universitario y dedicarse exclusivamente a pintar "con absoluta independencia económica"; pero, más aún, su obra "no representa a ningún colectivo, estamento ni organización. Únicamente a mí. Hago lo que quiero, toda mi pintura obedece sólo a mi visión personal. Y para mí esto es una evidencia de libertad". Jia Aili, que manifestó con insistencia el "honor" que suponía para él exponer en Málaga, la ciudad natal de Picasso y por tanto "Tierra Santa de todos los pintores" (tampoco escatimó elogios al dar cuenta de su impresión al visitar el Museo Picasso hace un par de días), es un artista chino residente en China, por lo que permite, al contrario que otros artistas chinos que viven en Europa (como Ai Weiwei, quien también tuvo su exposición en el CAC), ajustar una óptica al gigante asiático desde dentro. Jia Aili reafirma que su visión de China es "estrictamente personal", y puede resultar difícil de digerir que todo este amasijo de estructuras metálicas fundidas, satélites en pruebas, máscaras antigás, extrañas estructuras aparecidas como improbables yacimientos en paisajes naturales, cápsulas de lanzamiento y fantasmagorías solitarias sea China; pero sí, lo es. Y de un modo bastante exacto: lo que representa el artista es la esquizofrenia de un país sostenido en un régimen comunista que se convierte en sostén imprescindible del capitalismo en todo el planeta. China es un mundo que termina y vuelve a empezar todos los días, en una reinvención para la que no existe catarsis ni interpretación filosófica posible. En China, todos los órdenes del mundo tienen su particular frontera: lo que hace Jia Aili es pintarla. Y no hay poética más precisa a la hora de expresar la distopía que la ciencia-ficción; no en vano, China constituye la mayor potencia mundial del siglo XXI en lo que al género se refiere, sobre todo en su vertiente literaria, con escritores aclamados en Occidente como Liu Cixin (autor de El problema de los tres cuerpos). Si en los años 70 los hermanos Strugatski bordaron una representación fenomenal de la URSS como entidad aislada y destruida en la Zona de su novela Picnic a la vera del camino (llevada al cine por Andrei Tarkovski en Stalker), la China que muestra ahora Jia Aili es exactamente eso: la Zona. Un área en la que no se puede entrar, en la que alguna vez sucedió algo inexplicable y en la que pueden hallarse aún restos, quién sabe, de aquel fenómeno. Y lo hace sin evitar un discurso político de largo alcance, como en la escultura derribada de Lenin en el citado We come from the century (2008-2011) y en la figura de cabeza roja que atraviesa una tormenta de radiaciones en Untitled (2011), representación dura y sin concesiones de la imposibilidad de una individualidad china (la misma que reivindica el pintor para sí como trasunto de libertad) entre la masa uniformada. Preguntado por influencias occidentales en su obra, Jia Aili jugó ayer al escondite recurriendo a Cien años de soledad. Leído en chino, el libro de García Márquez debe contener las respuestas a todas las preguntas. El director del CAC destacó la condición fronteriza de Jia Aili (venir al mundo en China y tan cerca de Corena del Norte debe despertar sin remedio una sensibilidad especial hacia todo lo nuclear; pero en nuestro hombre, la frontera abarca mucho más allá de lo geográfico), la soledad que inspiran sus pinturas (en logros tan notables como The Wasteland, de 2007) y el pesimismo, de adscripción incluso schopenhaueriana, por la que a veces la deshumanización atraviesa el rango distópico para hacerse utópico, como en Untitled (2012) y hasta en el sobrecogedor Untitled (2007-2008) que recibe al visitante nada más acceder a las salas expositivas del CAC. Sin embargo, resultan dignas de consideración algunas llamadas a mitologías clásicas y nórdicas (The young Aeolus-Thor, 2015), al humor (la oronda figura con máscara antigás de Untitled, de 2013) e incluso a cierto ánimo trascendente (Divine State, 2011-2012; The memory of Nort Willow Grass Island, 2012-2014) mediante figuras ardientes y de asombrosas capacidades, no menos enigmáticas, de una humanidad hoy desconocida pero proyectada hacia un futuro por hacer, lo que emparentaría a Jia Aili con otra orilla bien reconocible de la ciencia-ficción, representada especialmente por Arthur C. Clarke. Abre la puerta el artista a la posibilidad que la deshumanización sea el primer paso del camino a una humanidad distinta. En cualquier caso, Jia Aili es una revelación titánica del poder de la poiesis a la hora de explicar qué somos y en qué mundo vivimos. Ahí se encuentra el verdadero clásico.
Pablo Bujalance.

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