martes, 28 de marzo de 2017

Y los sueños, cine son

El CAC inaugura este viernes la primera exposición en España del escocés Peter Doig, con 166 carteles de películas en clave personal
No hay ranking relativo al arte contemporáneo, ya sea en cotización o en influencia, en el que no figure Peter Doig (Edimburgo, 1959). Hablamos de uno de los cinco artistas vivos que ha tenido el honor de encontrar una obra suya con uno de los precios más elevados alcanzados en una subasta, así que era cuestión de tiempo que Doig llegara al CAC Málaga. Lo hará este viernes 31 con su primera exposición en España de la mano de una propuesta muy especial: la muestra studiofilmclub reunirá en el espacio central del CAC hasta el 5 de junio un total de 166 carteles de películas realizados de manera muy libre por Doig desde el año 2000. El artista, que estará representado también en la próxima colección permanente del Centro Pompidou Málaga, se presentará así en la ciudad desde un aspecto periférico, si se quiere, respecto a lo que depararía un análisis crítico de su obra; pero central en cuanto a todo lo que estos carteles cuentan sobre Peter Doig y sus intuciones, inspiraciones y motivos, aspectos en los que el cine es una cuestión prioritaria.

Los carteles de filmes que quedarán reunidos en el CAC están de hecho especialmente ligados a la trayectoria biográfica de Peter Doig, quien con sólo tres años marchó a vivir con su familia desde Escocia hasta Trinidad y Tobago. Posteriormente, en 1966, se trasladó a Canadá, y en 1979 regresó al Reino Unido; pero Trinidad y Tobago aportó al artista los paisajes esenciales de su infancia, un territorio que ha nutrido toda su obra hasta el presente: ya sea desde los estertores del impresionismo o del expresionismo, Doig ha hecho de la evocación del tiempo pasado en clave nostálgica su materia prima hasta hacer del mismo tiempo algo irreal, inconsistente y flexible. Lo que verdaderamente Peter Doig se ha traído entre manos todo este tiempo son los sueños como representaciones de la realidad. Eso sí, esos paisajes de la infancia no son siempre idílicos, ni mucho menos, como cabría esperar del enclave antillano. Lo que evoca a menudo Doig en su pintura es un ecosistema adverso, inquietante, esquilmado, resto de una gloria natural que quedó reducida a parodia. En el fondo, a pesar de las imágenes que el artista tiende a inmortalizar, en su obra lo importante no es tanto el sueño como quien sueña. Como si Paul Gauguin despertara del suyo.
Peter Doig regresó a Trinidad y Tobago en 2000, invitado para una residencia artística, y desde entonces los vínculos con el país que alumbró sus primeros años se han reforzado hasta consolidarse. El escocés instaló de hecho en 2002 un estudio propio en la capital, Puerto España, y en el mismo organizó un cineclub (Studio Film Club) en el que programaba sus películas favoritas con proyecciones abiertas al público. En lugar de recurrir a los carteles promocionales, Doig decidió divulgar la actividad pintando sus propios carteles, verdaderas prolongaciones de sus lienzos que compartían con las obras mayores sus claves estéticas fundamentales. En las interpretaciones libérrimas (y a la vez extraordinariamente fieles) que hace de cada película, Doig comparte no sólo la factura de su mirada: también la arquitectura de su discurso, la supremacía del personaje sobre la acción, la consideración del instante como institución creadora. Si en su pintura Peter Doig abarca los sueños, semejante premisa encuentra en el cine su hábitat idóneo, por cuanto el cine es sinónimo de ensoñación. En alguna ocasión manifestó Doig su intención de practicar un arte progresivamente más abstracto, y posiblemente es en estos carteles donde con más claridad se ha encaminado en esta dirección (si bien la figuración es dominante, algunas imágenes, como la que ilustra Belle de Jour de Buñuel, así lo demuestran; de todas formas, el dichoso conflicto entre figuración y abstracción no debe quitarle demasiado el sueño a Peter Doig).
Estos carteles, hasta un total de 166, son los que podrán verse en el CAC, en una remesa enorme que incluye clásicos eternos y diversas luminarias del cine contemporáneo. Lo mejor de la ocasión será la posibilidad de comprobar cómo los carteles cumplen en Málaga la misma función para la que fueron realizados en el cineclub de Puerto España: la puesta en marcha de un diálogo con el espectador. Eso sí, si toda obra de arte constituye un diálogo, aquí Doig invita a dialogar sobre obras ajenas, la de los cineastas, sin renunciar a la calidad artística de sus piezas, capaces por tanto se excitar el diálogo por sí mismas. Todo fluye, por tanto, como quería Shakespeare, a ras del sueño: nuestra misma materia. 

Pablo Bujalance

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