Conforme avanza el tiempo y se observan las limitaciones sociales y el error común de pensar que el pensamiento propio es mejor que el del resto, he decidido tirar la toalla –al menos de manera temporal- en la guerrilla ciudadana para cambiar el estilo de esta ciudad y su feria.
Si hay muchos horteras pues que los haya. Si los que mandan se encargan de reventar elementos claves de la feria como el pregón para convertirlo en un concierto chabacano con unas palabras de cinco minutos con una calidad literaria limitada pues estupendo. Y si lo que aquí funciona es ir en pantalón corto y camiseta a beber Cristasol rosa pues fenomenal. Puente de plata.
Batalla perdida. Guerra ganada por ellos. Aquí no sobro pero tampoco encajo. Ya se busca cada uno sus formas alternativas para pasarlo bien en feria. Aunque no todo es así. Hay esperanza aún. Existen lugares estupendos en la feria de Málaga. Casetas buenas donde se lucha por buscar lo extraordinario para los días grandes. Espacios en los que se entiende la feria de Málaga como un momento digno de hacer algo especial. De vestirse acorde. De disfrutar de nuestras tradiciones sin dar la espalda a la fiesta sabiendo alternar una rumba con Despasito –que de ambas cosas pide el cuerpo-.
Una vez asumido que el estilo del personal va a cambiar, lo que sí es de necesidad básica urgente es el luchar por proteger nuestra ciudad. El centro. La almendra histórica que se convierte para muchos en motor de nuestra vida social y sobre todo laboral.
La feria del centro ha crecido de manera exagerada para el perfil del feriante más nocivo. Y no es cuestión de estilos ni modas. No va el asunto por los atuendos pues en el real no es que sean propios de las Carreras de caballos de Ascot. El personal va más o menos de la misma guisa. Pero, al menos, están disfrutando en un lugar diseñado para tal fin.
De la misma manera que no se te ocurriría hervir coliflores en tu dormitorio, no debería estar permitido hacer botellones en la plaza de Uncibay, montar una macro fiesta etílica a los pies de la Catedral de Málaga y apoyar los vasos de litro de cuba libre en la ventana del Palacio Episcopal.
Insisto. No entro a valorar en si me gusta o no ese estilo, ese vaso o esa forma de festejar –que no me gusta ni un pelo- pues cada uno se divierte como quiere. Pero es de sentido común saber que, en este tipo de fastos tan multitudinarios, por probabilidad se van a suceder asuntos poco decorosos: El ciudadano meando en una esquina, la pareja cariñosa, el del vómito repentino, el apuñalamiento diario o la pasada de rosca de más de uno con el resto de la humanidad.
Sabiendo que va a suceder porque así resulta estar el panorama actual y multiplicándose éste al regarlo con alcohol desmesurado y barato, sería necesario que se limitaran los espacios para desarrollar este tipo de fiestas.
Nuestra ciudad no puede asumir esa cantidad de gente desfasada en el centro de la ciudad. Y más si en un tanto por ciento enorme son de fuera. ¿Qué nos llevamos de las masas de jóvenes que deambulan por el centro con su mochila a cuestas? Nada o casi nada. El alojamiento sale rentable para algunos pocos que se dedican al asunto pero siempre con el beneficio de esas super empresas que se dedican a esos menesteres. El consumo de calidad se reduce. Por eso estos días se observan ofertas de agencias de viaje que ya venden la feria del centro como un paquete de fiesta muy barato y atractivo. Una especie de Magaluf temporal. Con la diferencia de que en ese lugar no hay la ciudad que es Málaga en su delicado centro histórico.
Por menos de 80 euros se venden dos noches de diversión en nuestra ciudad incluyendo el regalo de bebidas alcohólicas. Es decir, el plan perfecto para un cualquiera que venga a desfasar a una ciudad ajena para acabar meando –en el mejor de los casos- en el suelo que tú pagas a diario para mantener, limpiar y cuidar.
Al turismo una sonrisa. Por supuesto. Pero está llegando el asunto a unos niveles en los que, en feria, el extraño es el de aquí. Charangas, puestos para guiris, un centro prostituido y una empresa que pinta de rosa una ciudad para ganar dinero. ¿Eso es una feria? De ninguna de las maneras. Fiesta toda la que quieras. Pero feria no.
Por eso la solución pasa por trasladar de una vez por todas todo el asunto al real. No ha podido ser. La cosa no funciona. No se puede permitir. La ciudad no absorbe tanta diversión porque va a terminar rompiéndose del todo.
¿Qué hace falta para que se tomen medidas serias en la feria del centro? ¿Tiene que moriralguien? ¿Tenemos que ver una violación? ¿Hay que esperar a que den la vuelta a España instantáneas vergonzantes desde el centro histórico de Málaga?
Que es verdad que también se ven en San Fermín. Pero es que aquello al menos tiene papeles. Y se lucha por mejorar los problemas. Pero es que nuestra feria está diseñada en la última década para ganar dinero y no para pasarlo bien.
De una feria buena se puede beneficiar el tejido empresarial de la ciudad. Pero cuando lo que prima es el dinero frente a la calidad de diversión del público sucede lo que vemos a día de hoy. Un centro tomado por las marcas y los dueños de las discotecas en busca del dinero rápido y fácil antes que lo bueno.
Gracias a Dios, parece que algo va cambiando en el real y son varias las empresas punteras que están apostando por montar una buena caseta. Negocios clásicos del centro empiezan a tener su sede en el sitio donde se debe celebrar la feria de tal manera que se traslade el mismo esquema psicológico al Cortijo de Torres.
Confío en que funcione. De igual forma que me convenzo para pensar que, una vez establecidos allí, se continuará la estela creada para mejorar poco a poco el estilo de nuestra fiesta.
¿Si vas a la feria de la misma manera que a la playa, dónde está lo extraordinario?
Que esto no es Magaluf. O sí. Porque entre la plaza de Mitjana y la localidad mallorquina cada vez hay menos diferencia. Porque el estilo de la fiesta cada vez es más similar. Porque al final, reducimos la feria a la venta masiva de alcohol. Porque hay mucha diferencia entre hartarte estando a gusto en una fiesta y hacer botellón frente al teatro Cervantes para perder la noción del tiempo y meterte en una discoteca cualquiera.
Yo lo doy por perdido. Todo. La feria del centro y el estilo del personal. Es Malagaluf. Y la solución solamente pasar por darle al pause. Y que respire el centro. Aunque sea un año o dos. Dejarlo en barbecho. Sin fiesta. Y reflexionar. Y analizar si merece la pena reventar la ciudad de esta manera tan grotesca. Y que el Alcalde y los concejales responsables –como mi admirada y querida Teresa– sean valientes y digan lo que crean conveniente. Aunque sea impopular para el gentío. O para los monopolios discotequeros. Pero la ciudad ganaría en cordura, sensatez y solera.
Eso sería lo correcto. ¿Va a suceder? No lo creo. Porque dicen que la feria del centro está de muerte…My Friend.
Qué lástima más grande.
Viva Málaga.
Gonzalo León
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