domingo, 10 de septiembre de 2017

El diálogo ... por Felipe Benitez Reyes

Mientras EEUU y Corea del Norte juegan a las guerras mundiales, el gobierno central y el catalán siguen jugando al guerracivilismo retórico. Les confieso que con el PP no estoy de acuerdo ni en su segunda sigla, pero en este caso les confieso también que no acierto a imaginar cómo se manejaría en esta coyuntura otro partido, a pesar de que si el presidente del gobierno fuese Pedro Sánchez no resultaría descartable, dada su volatilidad intelectual, que negociase con el gobierno catalán con la oferta de cederle no ya el dominio del archipiélago balear, sino incluso el del canario. Se le achaca al gobierno central el mirar para otro lado ante el conflicto independentista, pero nadie especifica hacia qué lado debe mirar, y, sobre todo, qué medidas tiene en su mano que no sean las estrictamente legales. Hay quien reclama una «solución política» para el problema, como si lo político fuese un grado superior de las soluciones, pero el verdadero problema radica en que con alguien que quiere decapitarte -valga la metáfora extrema- ¿qué puedes negociar? ¿Qué se limite a cortarte las orejas y la nariz en vez de la cabeza? A esto último parece inclinarse el PSOE con su pintoresca ocurrencia de la plurinacionalidad, según la cual habría que vertebrar de nuevo la totalidad del Estado con arreglo a las exigencias telúricas de los mandatarios catalanes. El diálogo tiene el prestigio de lo racional, aunque sabemos que existe la modalidad del diálogo de sordos, que es en el que andan el gobierno central y el catalán; el primero, con tendencia al exabrupto; el segundo, con inclinación al delirio. En medio de ellos, los demás partidos lanzan sus ocurrencias, ya que estamos en época de improvisaciones, quizá porque los conflictos artificiales no casan bien con la lógica.Hay quien supone que el simple hecho de poner unas urnas es un acto democrático. Depende: las urnas son democráticas cuando parten de la legalidad democrática, y no tanto cuando son el disfraz de una estrategia. Nadie puede estar en contra de que un pueblo se exprese con su voto, pero, dejando aparte la convocatoria paroxística de un referéndum paródico. La idea tribal de que los diferentes territorios de un Estado pertenecen en exclusividad a su censo no deja de ser una convicción un tanto primaria a la que convendría dar un par de vueltas.

Felipe Benitez Reyes

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