domingo, 12 de noviembre de 2017

Chiquito por Guaserías ... por Hector Marquez

Capilla ardiente en honor a Chiquito de la Calzada. La foto canónica del estudio Durante Foto Color, imágenes del Cristo Cautivo sobre el féretro, decenas de coronas en su honor y una de ellas, encargada por su familia con el lema "hasta luego. Lucas".


POR GUASERÍAS (HASTA SIEMPRE, SEÑOR GREGORIO)

Hay gente que inventa, gente que reconoce la invención y gente que copia. Los segundos y los terceros rinden homenaje siempre a los primeros. Pero los terceros -tristemente- carecen de esa cualidad tan humana que es la generosidad del reconocimiento. Chiquito de La Calzada fue -nadie lo duda- un inventor. Y también "un fenómeno" para poner en evidencia a los impostores que olvidan que somos más allá de los individuos, especie. Inventó un lenguaje que se hizo viral cuando no existían los medios actuales para hacerlo viral. Sin ser conscientes, ni el inventor ni los que lo hicimos nuestro, de la trascendencia de aquel gesto, su manera de expresar fue rápidamente asumida como el esperanto universal del esperpento, de una época, de una manera de enfrentarnos al absurdo de la existencia. Un absurdo que vendía humor manufacturado, prefabricado y enlatado -nada que ver con el humor, que surge, como el humo, de la combustión espontánea de la inspiración y que nos recuerda siempre que tanto el rey como sus súbditos estamos desnuditos- como alimento-basura para el alma.


Cuando Chiquito llegó a nuestras vidas los relojes empezaron a andar hacia atrás. Nuestras muelas a gemir. Nuestros gemidos a carcajearse. Nuestro sistema digestivo a salírsenos por la boca. Los chistes regresaron a su origen: a revelar la lógica del absurdo. A cambiar de ritmo, como hace el tiempo cósmico: estirándose o acortándose con el compás flamenco que permitía tocar palmas en su ejecución.

Cualquier persona que se haya dedicado algo a la comedia en su vida, no digamos si ha reflexionado sobre esa cualidad que nos hace tan absolutamente humanos que es la risa, sabe es el ritmo, el compás el motor que guía su existencia. El ritmo entendido como una secuencia ordenada en el tiempo que muestra una solución inesperada en un contexto donde esperamos otra cosa. Un mandatario político sale a dar una conferencia en las naciones Unidas y le sale la voz de un patito de goma. Alguien en una situación de severidad hace algo ridículo y espontáneo: Henri Bergson habló mucho de las caídas por pisar un plátano en su famoso ensayo, La risa.

La comedia, la risa, se produce siempre por una alteración inesperada de un patrón rítmico y conceptual que esperamos que se solucione como ya nos hemos acostumbrado. Es un engaño a la infalibilidad de nuestro cerebro. Los grandes humoristas lo son por ofrecer nuevas soluciones a ese axioma. No sólo rompen las expectativas, sino que lo hacen con patrones que nunca nadie había utilizado antes. Cada vez que nos reímos nos hacemos más inteligentes al darnos cuenta de lo estúpidos y falibles que somos.

Chiquito se hizo único y famoso nacionalmente entre aparentes semejantes. Era uno más entre un grupo de humoristas de saldo que hacían reír con la misma canción de siempre. Cuando él llegó a la televisión en los 90, rodeado de humoristas casposos logró un fenómeno único: llevó el humor a otra dimensión sin hablar de las cosas que hablaban los humoristas. Sin imitaciones ni parodias, sin chistes nuevos, sin referencias gastadas ni fotogenia. Aquel cantaor y palmero malagueño para el baile flamenco trajo al acartonado mundo del humor televisivo un compás diferente, el del flamenco, y todo un lenguaje verbal y expresivo que instantáneamente todo el mundo -y digo TODO el mundo- hizo suyo. Chiquito actuó como el heyoka, el gran payaso cósmico que recuerda a los poderosos y a los hombres que no son más que seres humanos que siempre vamos desnudos. Y nos recordó la capacidad de celebrar. Instaló de nuevo el estado de locura en el poeta.

Trajo a la calle el surrealismo lingüístico de la invención. Esa que practican los niños antes de que los adultos la arresten de por vida. Puso de nuevo de moda y a nivel de calle, sin citarlas, las más profundas tradiciones de nuestra cultura hispana: la picaresca, el esperpento, el surrealismo, el compás flamenco, la pena que ríe. Nos devolvió la vitalidad al idioma. Y no desde la RAE: desde el pueblo. Desde un barrio humildísimo en la Calzada del barrio de la Trinidad. Desde el hambre y las penurias. La emigración. El ingenio lazarillo de tormes para llevarse un pedazo de pan a la boca se encarnó en él. Por eso me confesó en una de sus últimas entrevistas, republicada ayer por el Diario SUR, que detestaba las gachas porque le recordaban la época del hambre (gracias Nuria Faz Espíndola, por la fotografía). Y, sobre todo, desde el amor. Humor es amor con hache. La hache de Chiquito se llamaba Pepita, su mujer. Murió hace unos años delante suya y don Gregorio ya no volvió a ser el mismo por dentro, aunque por fuera siguiese poniéndose el disfraz de Chiquito de cuando en cuando para hacernos reír. Porque siempre fue un hombre disciplinado que no dejó de trabajar desde que apenas levantaba un palmo del suelo. Siempre imaginé que su forma de andar como una viejecita mecánica con el celebérimo no puedorr, antes de enderezarse de nuevo por completo y arrancarse era un paso de danza lleno de poesía y homenaje a la lucha diaria del hombre que se gana el pan con el dolor de sus riñones.

El hombre ya se ha ido. Echaba de menos el amor de su compañera. Su inspiración. Su sustento. Su motivo para partirse la cara cada día. Nadie sabe si se encontrará con ella de alguna forma. Sólo sabemos que lo dio todo. Mucho más que lo que nadie suele dar. Nos inventó una manera hasta de despedirlo -hasta luego, Lucas, pusieron ayer sus familiares en una corona en el sepelio- que no fuese impostada. Nos dio lo que sólo los grandes pueden dar: un lenguaje, un ritmo para afrontar la existencia, la vulgaridad, la copia y el miedo. Dice en una de sus nuevas canciones el gran Raúl Rodríguez en su álbum La Ráiz Eléctrica, una frase que es un manifiesto: "que sea el ritmo el que nos gobierne". En el legado de Chiquito ese ritmo era el compás flamenco. De un hombre que aprendió a cantar para que otr@s bailaran sin perderse. Luego, ya en madurez, tuvo el descaro de hacer público el palo oculto y secreto del flamenco: las guaserías, tan intrínseco a este arte como forma de vida, como las bulerías o la soleares lo son en el cante y el baile. Nos dejó hace un puñado de horas. Y a la gente ayer le costaba llorar sin reír a la vez al ir a despedirlo en su capilla ardiente. Era un fenómeno.

Entre las cosas que he visto y leído en estas horas me quedo con un espléndido artículo sobre la naturaleza de su humor publicado en facebook por el crítico de arte y comisario exposiciones, el profesor de teoría del arte de la Universidad Autónoma de Madrid Fernando Castro Flórez (https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=855239134649361&id=100004898467203) y por supuesto la tira cómica de su paisano, el amigo, otro genio bondadoso en esto del humor, que lo equiparaba en Sur al Marqués de Larios y lo convertía en estatua como I Conde Mor, Ángel Idígoras. Ya he leído una petición de change.org pidiendo que retiren en Málaga la estatua del Marqués de Larios y pongan la de Chiquito. Si eso se hiciera, no sólo se realizaría de una manera inesperada -como la mecánica del humor- aquel polémico proyecto artístico del año 1992 del Colectivo Agustín Parejo School, que llevó al mismísimo alcalde Pedro Aparicio al borde la histeria, sino que los malagueños, su pueblo, demostraríamos estar muy por encima de lo que se espera de nosotros. Y, al final, podríamos recordarle al maestro, que estará en la gloria de su madre o de su esposa, que ese no puedorrr no fue en vano.

Gracias eternas por recordarnos lo que somos: fistros duodenales, pecadores de la pradera, simples mortales. Gracias por devolvernos la magia del lenguaje y el poder de la risa. Hasta luego Lucas. Hasta siempre, señor Gregorio.

Hector Marquez

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