Mujica, Renzi, Macron... Qué tienen en común tres nombres políticamente tan distintos para Albert Rivera, cuando los reivindica. Su capacidad de liderazgo, claro. Y en eso se ha convertido Rivera, en líder.
Porque hoy un porcentaje cada vez más relevante de los votantes son eso, votantes. No votantes del PSOE o del PP, votantes de la izquierda o la derecha, ya no. Se caen las etiquetas que funcionaron mucho tiempo como una prueba de pureza de sangre. Los sólo votantes han constatado en carne propia que el hábito no hace al monje y que las circunstancias de un mundo líquido, se hayan leído o no a Bauman, son cambiantes y adaptativas a la velocidad del rayo de Percy Jackson.
Esos votantes sienten que se puede ser republicano por convencimiento intelectual y apoyar a Felipe VI, por ejemplo, como opción válida para un contexto actual que en España –y en el mundo, el estrambote Trump es la prueba– necesita elementos vivos aglutinantes que sobrevuelen el ruido y la furia del pasado y los eternos y feroces desencuentros partidarios.
Esos votantes han aprendido que los partidos llegan a un punto en que anteponen la supervivencia de quienes los detentan por encima de los intereses generales y, en ocasiones, por encima del propio partido. Han sido testigos de cómo, en ese proceso de esclerotización, algunos de los mejores políticos posibles ha sido imposible que ocupen posiciones de relevancia orgánica o puestos de salida en la parrilla electoral. Han aprendido, también, que formaciones nuevas como Podemos no lo tienen fácil a la hora de auparse de la nada como herramienta regeneradora, incluso con algunos de los más poderosos medios de comunicación en contra (velando por su financiación institucional directa o indirecta). Una formación nueva no sólo tiene el reto de conseguir los votos suficientes, contra la inercia de años de los votantes de unos o de otros, sino que cuando lo consigue casi de la noche a la mañana, como Podemos, además de financiarse debe encontrar personas y cuadros adecuados para tantas responsabilidades en tan poco tiempo (otra cosa es lo que ocurrió después, que su propio líder y valor indiscutible de la Iglesia morada se empeñara en extremarse para despeñarse, Errejón a un lado, despreciando la transversalidad del Podemos inicial como opción creíble de gobierno para todos).
Por eso, Rivera –que respondía el pasado domingo a las preguntas de ciudadanos a la contra sin mover los pies del círculo pequeño pintado en el suelo de La Sexta– va lanzado. Porque todavía responde con la agilidad de quien no lleva mochila y sin la necesidad populera (ya han gastado el término populista y no me vale) de agradar siempre a quien le pregunta. Rivera es básicamente educado, pero no manipuladoramente paternalista, cuando quien pregunta tampoco da la talla por el mero hecho de ser persona que vota.
Por eso y porque el aún organizado y compacto PP refuerza a Ciudadanos al convertirle en su enemigo, obligando a los menos acérrimos de entre quienes solían votarle cuando el voto no estaba tan repartido ni la corrupción estaba a diario en los juzgados, a elegir definitivamente entre lo viejo y lo nuevo.
Y Rivera no es tan nuevo como para asustar a quienes prefieren lo ya conocido. No es ya el muchacho que se desnudó en el cartel electoral de Ciutadans-Partit de la Ciutadanía en Cataluña para atraer las miradas, sin importarle las chanzas y los dardos. De aquel septiembre de 2006 hace más de una década. Ha aprendido. Ha ajustado la contraseña de su formación de socialdemócrata a liberal progresista a su imagen y semejanza. Ha aprovechado sin prisa cómo se desangran por sus propios errores sus dos competidores de gobierno. El PSOE es hoy un partido partido (por la mitad).
Esta semana Rivera está comprobando (con el presunto sorpasso al PP según el último Egopa) cómo podría cumplirse con él mismo en Andalucía lo que advertía Alfonso Guerra con su entonces partido imparable, que por la fuerza de las siglas casi no importaba el candidato («si presentamos una cabra gana la cabra»).
Con la fuerza de sus siglas al poco conocido Juan Marín le está pasando lo contrario que a Juanma Moreno, quien tiene –desde que llegó a la presidencia del PP andaluz– lo más establecido en contra, las siglas a nivel nacional a la baja y las inercias de una Andalucía que sigue siendo el único territorio sin alternancia política en casi cuatro décadas (en parte por la incapacidad del PP en el pasado para evitarlo). La verdad es que Moreno no ha hecho especialmente algo que pudiese justificar esa pérdida de casi 8 puntos, en tan sólo un año, según el sondeo de la Universidad de Granada. Pero la mochila de su partido se sigue llenando de piedras, como la del partido de Marín se llena de alas. Personalidad y liderazgo, ahí habrá de medirse Moreno sí o sí en lo que quede de legislatura. Quizá retomando aquel momento en que sacó pecho en el debate electoral de Canal Sur, sorprendiendo a la hoy menos potente Susana Díaz. La presidenta andaluza tampoco aprueba, aunque gane el sondeo a la baja y sea hoy la única con opciones de gobernar de nuevo.
A quien esto escribe sí le importa que Juanma Moreno plantease la limitación de mandatos, porque creo que mejoraría la política española. Entendí en clave electoral que Rivera dijera en la entrevista con Ana Pastor que era contradictorio que Moreno lo pida en Andalucía y Rajoy no. Pero o nos creemos las autonomías o no nos las creemos (y a veces es para pensarlo). Si el líder de un partido andaluz, que no se presenta para toda España, plantea limitar mandatos a diferencia del líder nacional de su partido, en este tema me parece bueno. También advirtió Rivera de que eso lo planteaba Moreno porque no gobernaba. Pues si es así, aprovechémoslo. Lo que resulta difícil es que Chaves, que gobernó durante 19 años, o ahora Rajoy, abanderen la higienizadora y anti clientelar limitación de mandatos.
Pero Rivera, insisto, está lanzado. Lleva años en la brega avanzando aún sin desgaste de gobierno ni corrupción en la mochila. Con una líder radiante en Cataluña. Y sin haber perdido su imagen de hijo preparado y limpio al que ningún padre vería mal como yerno. Hoy comienzan los idus de marzo.
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