sábado, 26 de enero de 2019

El Taxi...por Antonio Soler



El taxi y el taxista tienen una caricatura. Una leyenda de hombres desabridos, amantes de emisoras radiofónicas de la derecha, defensores del viejo orden. Un rudimento ambulante que parece subvencionado por lo más rancio de la caverna. Malos modos, quejas en los aeropuertos o al pie de las estaciones ferroviarias ante una carrera corta, tratantes de ganado más que servidores públicos. Además, trabajan bajo la sospecha de una especie de mafia de las licencias. Hasta ahí la caricatura, la exageración del perfil que como parodia tal vez valiese para un tiempo pasado. Entre otras cosas porque junto a esa viñeta de hombres rudos existe una plantilla de mujeres taxistas y un nutrido grupo de taxistas hombres que con su educación desmienten el trazo grueso de esa leyenda.

Los taxistas deben adecuarse a los tiempos. A los usos de la sociedad y la tecnología. Los antiguos libreros reinventan su profesión frente al poder omnímodo de las grandes superficies. Los periodistas y los periódicos se renuevan ante el implacable avance del universo digital. Los granjeros y productores de materias primas o elaboradas abren sus páginas webs y comercian a través de internet, los artesanos siguen ese camino, los editores se enfrentan a un panorama distinto, viéndose además sometidos a la piratería sin que los sucesivos gobiernos hagan nada al respecto. El mundo entero cambia. Aparecen competidores donde antes había exclusividad y compartimentos estancos. Los taxistas quieren que el tiempo se detenga. La protección de los intereses de cada sector es lógica, su regulación también. Pasada esa línea todo tiende a la sinrazón.


Una sinrazón que fundamentalmente perjudica a aquellos que cruzan esa línea. Los mayores propagandistas de los vehículos VTC son esos taxistas empeñados en parecerse a la vieja caricatura con la que han sido retratados una y otra vez. El colapso de las ciudades no es un derecho, es una coacción a la libertad de los demás. Sean los llamados comités de defensa de la república, los trabajadores de los astilleros o los taxistas, quienes cortan carreteras, retienen durante horas a personas e impiden el libre movimiento de cualquier ciudadano, no hacen otra cosa que imponer la fuerza. No se acaba de explicar cómo la autoridad permite esa transgresión sistemática de uno de los derechos más básicos. Ni los conductores de los VTC son potentados ni los que acumulan licencias de taxis son humildes obreros explotados. La coexistencia de unos y otros debe ser regulada dentro de un marco general y no según criterios municipales o autonómicos.

El Gobierno, este o algún otro que lo suceda, debería tener la suficiente valentía como para abordar algunos asuntos incómodos y no demasiado populares. La piratería intelectual, por ejemplo, cuya penalización real protegería a varios sectores esquilmados por una mayoría que se mueve al margen de la ley y cuyo voto nadie quiere poner en riesgo. O esta otra piratería que consiste en colapsar carreteras o ciudades, y que tiene más que ver con el chantaje que con la defensa de los derechos laborales.Antonio Soler

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