
Resulta curioso, de entrada, que la misma digitalización que ha fomentado de manera harto holgada las conductas sociales aisladas nos proponga ahora la clave para todo lo contrario, nada menos que el activismo en el entorno inmediato. Pero más paradójico aún es que sea ahora el Google Play el que nos devuelva aquel sentido fraternal de la ciudadanía, la existencia de antaño en la que un vecino solitario o en una mala racha era objeto de especial atención por parte del resto, en la que si se freían croquetas siempre se apartaban unas cuantas para la vecina, a ver si le gustan, en la que los patios, entreplantas y rellanos se convertían en corros improvisados en los que las conversaciones y cotilleos podían prolongarse durante horas, en la que los portales se transformaban en salones al aire libre para el verano.
Lo más interesante del asunto, sin embargo, no es tanto la recuperación artificial de un bien natural ya extinto, sino la consideración de la vencidad por parte del Ayuntamiento como algo importante. Está bien esto de crear aplicaciones, pero también facilitar espacios, cauces y puntos de encuentro en los barrios para que los encuentros sean posibles y para que la cooperación ocurra de manera espontánea, como suele. Y habría que convenir que a lo mejor no se han dispuesto en los distritos las plazas, los locales, las convocatorias y las oportunidades suficientes; es decir, que demasiadas veces se ha apostado en Málaga por un sentido urbanístico más dirigido a la explotación comercial del espacio público que al aprovechamiento del mismo como foco de acción social. Es verdad que la atomización ciudadana es una cuestión universal, pero quién sabe si estamos a tiempo para pensar en Málaga de otra manera, más humana, más cálida. Aunque los cyborgs acampen entre nosotros.
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