viernes, 3 de julio de 2020

Vidas de saldo ... por Antonio Soler


Se rebaja el valor de la vida en función de la fecha de nacimiento o su probable caducidad



Podríamos empezar el artículo como esas películas en las que aparecen la hora exacta y el lugar de la acción cada cien o doscientos fotogramas, como si el espectador fuese un fiscal del tiempo o un cronometrador olímpico. Esas películas empiezan casi siempre con Washington y unas vistas aéreas en las que se ve de paso la Casa Blanca o el Lincoln Memorial. La nuestra, nuestra película, más doméstica, empieza en la calle Sierra de Grazalema, Málaga distrito federal, a las 9.08 p.m. del pasado miércoles, 1 de julio. Y aunque tiene el aire distendido de una historieta amable de esas de chico-encuentra-chica, en realidad es una película de terror, un drama con trasfondo social.

A esa hora, en la puerta de un bar, con motivo de no se sabe qué fiesta o inauguración, había una aglomeración de cincuenta o sesenta personas formando bulliciosos corros, entrelazados, rientes, dando la bienvenida al verano esplendente a cara descubierta. Solo el embozado camarero que se abría paso como podía, rozándose entre los grupos, llevaba mascarilla. No se trataba de una chiquillería adolescente. El casting era amplio y solo relativamente joven, lo suficiente, eso sí, para no considerarse personas de riesgo. El riesgo es de los demás. Pero a quién le importa. Nadie allí tenía ochenta años, nadie debía de tener ningún familiar que haya pasado por la UCI ni nadie de esa festiva comitiva habrá visto, porque nos las han escamoteado, ninguna imagen de lo terribles que son las consecuencias de esta enfermedad, de esta epidemia. Sanos, alegres, inconscientes y profundamente insolidarios. Vidas relucientes, de primera calidad.

Durante siglos, en determinados países de la Europa del norte, el código wergeld regulaba el precio que debía pagar quien matara a alguien, dependiendo de la categoría del muerto. 200 chelines por un campesino, 300 por un clérigo, 400 por un obispo. La vida humana tasada. Un escándalo. Algo propio de los bárbaros, sí, pero algo que ha sobrevolado por encima de nuestras cabezas en lo más duro de la pandemia. Y no nos referimos a las terribles decisiones que en algún caso extremo hayan podido tomarse en los hospitales, teniendo que decidir a quién se le ponía un respirador y a quién no en función de sus posibilidades de supervivencia. Sino a ese desprecio soterrado hacia los mayores o los débiles, a esa rebaja del valor de la vida en función de la fecha de nacimiento o su probable caducidad. Vidas de primera y vidas de saldo. De eso va la película. Eso es lo que, conociendo el guión o ignorándolo, estaban representando los descerebrados o insolidarios figurantes de la calle Sierra de Grazalema.

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