domingo, 5 de febrero de 2017

Por Ejemplo ... por Antonio Javier López

El ascensor detiene su bajada en el segundo piso, se abren las puertas metálicas y entran un hombre y un preadolescente. El primero ronda la segunda mitad de los 40, alto y delgado, tupé negro como esculpido en mármol, traje gris claro, camisa blanca, corbata roja y zapatos de cordón marrones. El muchacho luce acné volcánico, chándal azul oscuro, zapatillas deportivas verde flúor y una gorra en la mano izquierda. Dan los buenos días con todas las eses y miran al techo de la cabina:

--Papá, ¿me vas a descargar los capítulos que faltan de la serie o no?



-Pero si ya tienes los tres primeros.


-¡Ya, pero sabes que me gusta tener toda la temporada antes de empezar!


-(Tras un leve suspiro) De acuerdo. Esta noche me lo recuerdas y te los paso al disco duro de tu tele.






La charla de ascensor se produce en la sobremesa del miércoles. Esa mañana, un galerista ha llamado por teléfono para preguntar cuándo sale la noticia sobre su nueva exposición. A primera hora, otro gestor mandó un mensaje para saber lo mismo. Y esa misma tarde, una nueva llamada de otro responsable de otra sala queriendo saber si le vamos a hacer caso a su nuevo proyecto. Y el caso es que los tres, junto con otros tantos, habían salido ese día en el periódico, en el periódico de papel, se entiende, en una pieza sobre las nuevas exposiciones en la ciudad. La información no se volcó en la web ese mismo día, sino la jornada siguiente y dio la puñetera casualidad de que algunos de sus protagonistas no tenían conciencia de haber salido en el medio de comunicación de referencia en su ciudad, el de mayor difusión y raigambre. También llamaron otros, gestores públicos y privados, que no habían aparecido en la información por otros diversos motivos (sus exposiciones no eran de estreno o, habrá que decirlo, no se consideraron relevantes). Unos y otros pedían atención, difusión, «ayuda». Y aquí me van a perdonar.


Para empezar, me van a perdonar que mente a un filósofo en domingo, pero creo que viene al caso. Javier Gomá ha levantado su discurso sobre una idea fundamental: la ejemplaridad, tanto en el dominio público como en la escena privada. Me vino a la cabeza el miércoles, después de muchas llamadas de teléfono, de algunos correos electrónicos algo desagradables y de la indiscreta captura de la conversación en el ascensor. Pensé en muchos (pero muchos) amigos y conocidos. Abogados, médicos, ingenieros, profesores, agentes comerciales, publicistas, periodistas (claro), informáticos, más profesores. Gente a la que presuponer, a falta de una palabra mejor, cierta cultura. Gente que no parece tener demasiados problemas para juntar doce, diez, tres euros al mes para darse de alta en alguna plataforma 'on line' de contenidos audiovisuales y que, sin embargo, mantiene con vigor su decisión de descargarse películas, series, canciones, libros. Gente que lo comenta en público sin sonrojo, que presume de la capacidad de almacenamiento de un Diógenes nihilista. Gente que cuenta en teras y discos duros, a la que no le llegará la vida para consumir una mínima parte de lo que dicen guardar en un cacharrito frío y callado. Gente que pregona desde la industria cultural, y con razón, el 'gratis no trabajo'. Otra cosa es que prediquen con el ejemplo, con el mínimo principio de reciprocidad.


Gomá ha dedicado varios libros, tan sugerentes como necesarios, a la ejemplaridad. Ha enarbolado esa idea, revolucionaria de tan sencilla, como motor de vida y de cambio, de convivencia y respeto, de solidaridad y justicia. Ser ejemplar, intentar serlo, en cada decisión, en cada acto, como una manera de estar en el mundo para, de paso, hacer de ese mundo un lugar mejor.


Y ha tenido esta semana la mala sombra de juntar a gente que pide atención, difusión, apoyo, ayuda para sus negocios privados por los que esperan recibir una compensación económica legítima, para sus iniciativas públicas sostenidas por el dinero de todos; gente que, por lo visto, considera natural que una empresa privada les preste esa atención, esa difusión, ese apoyo, esa ayuda, gratis. A eso les hemos acostumbrado.


Pero puestos a ser ecuánimes, quienes piden atención, difusión, apoyo y ayuda podrían quizá suscribirse a la edición impresa, darse de alta en la plataforma 'on line' (que sale más barata), comprar el periódico, al menos, el día que salen ellos, por ejemplo.

Antonio Javier López

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