Foto: Tiojimeno |
Después de diez días de lluvia, los malagueños nos sentíamos enjaulados; por más que el campo del Valle del Guadalhorce esperara el agua de mayo sediento. Aquí gusta vivir en la calle, desayunar en los bares, peregrinar al puerto con la excusa de que ha atracado un crucero enorme o recorrer el paseo marítimo con un ojo en la playa. Por el norte se dice que estar moreno es sospechoso -de pasearse mucho en lugar de estar en casa o en el trabajo-; aquí, aun siendo peligroso, es una tradición. El elogio de los atardeceres desde Gibralfaro y las playas de La Misericordia o El Palo -una suerte de saludo al sol local- es un clásico en las redes sociales. Porque el sol, de entre todas las estrellas, como las que alumbraron la Noche en Blanco en la capital, es el mejor aliado de Málaga. Y no es sólo porque los museos fueran gratis esa noche -que también- sino porque gusta salir a disfrutar de la ciudad entre el bullicio. En la capital se ha conseguido una postal atractiva en el entorno del centro y una más que digna oferta museística. La acogida de ese programa de actividades nocturno y el posterior Día Internacional del Museo -aunque demasiado cercanos en el tiempo- evidencian el interés por transitar colectiva y ruidosamente por la cultura.
Impredecible y explosiva se ha asentado la primavera como una metáfora de cómo ha crecido el paisaje cultural en la ciudad. Hay proyectos que no acaban de florecer -como el Museo de Bellas Artes de la Aduana-, unos que marchitaron antes de ver la luz -como el Auditorio del Puerto- y otros que resultaron malas hierbas y acabaron podridos -el investigado Art Natura-. Pero la cosecha municipal es, a pesar de todo, fértil y, frente al turístico y caluroso verano, de costas masificadas y terrazas acaparando las calles, esta primavera cultural y callejera es la mejor estación a la que llegar en Málaga.
Laura Teruel
Gracias por difundir mi columna. Te agradecería que citaras al medio Málaga Hoy donde aparece publicada.
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