Hay quien reprocha a Pedro Sánchez irse a la playa en el agosto en que Rajoy tiene en su tejado la pelota para formar una mayoría que le lleve a ser investido y no recrimina a éste haberse tumbado a esperar durante meses siendo el candidato más votado el 20-D. Hay quien reprocha a Rajoy y exculpa a Sánchez. Y hay quienes, a estas alturas del pestiño de película que llevan ocho meses pasándonos, ya hemos perdido hasta el interés en reprocharle a nadie nada.
Se habla mucho estos días de quién puede desear unas terceras elecciones, esas que se divisan en el horizonte navideño por efecto combinado del «no es no» que el PSOE aún mantiene y la pericia con que el presidente en funciones y su fiel alabardera en funciones de presidenta del Congreso han calculado las fechas; como esos astutos jugadores de parchís que andan siempre pendientes de las fichas que tienen a tiro de diez y a tiro de veinte, por si pueden empalmar jugadas. La estratagema le encarece en teoría a Sánchez oponerse, pero cuando uno pone una trampa en el bosque ha de estar seguro de con quién se la juega. No vaya a ser que esté dispuesto a pisarla, porque tiene (o cree tener) otros males mayores que evitar.
No parece que quiera esa tercera vuelta Rajoy (utilizar el belén como escudo electoral sugiere una pizca de desesperación). Tampoco parece que las quieran los autoproclamados tragadores de sapos, es decir, Ciudadanos, porque uno no se merienda un anfibio verrugoso para volver a la casilla de salida. Lo que quiere Podemos, gracias a la desmaterialización de sus dirigentes desde hace ya un par de meses (uno creía, por cierto, que las revoluciones eran asunto más corajudo y febril), es una incógnita que tampoco parece pasar por verse arrojados a las urnas antes de acabar la terapia de grupo.
Emerge, en fin, la sospecha de que Pedro Sánchez, atrincherado en Ibiza, especula con esos terceros comicios a los que Rajoy iría como candidato derrotado, y los demás como pulpos al garaje. Es una apuesta de riesgo, porque tampoco él iría precisamente ungido de luz celestial. Una tercera ronda entre los mismos, a decir verdad, tendría tal tufo a sainete que resulta muy difícil predecir por dónde saldría el hastío de la ciudadanía. Entre eso, y la también impredecible, por inédita, abstención navideña, vaya usted a saber.
Y sin embargo, todo indica que la única solución vendrá de las terceras. De las que se celebren entre turrones, si nadie afloja en el duelo que tenemos planteado, o de las que no tardarán en llegar, tras la investidura de un gobierno que no será fruto de un proyecto ni un liderazgo ilusionantes, sino, como nos están dejando bien claro, de la resignación de unos y la cesión de otros a lo que sienten como una pura y dura coacción. ¿De veras nos merecemos esto?
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