Sea lo que sea el interés general (que probablemente no exista cuestión más controvertida), lo que tenemos claro es que lleva ocho meses en suspenso. Desde diciembre del año pasado, y con dos citas electorales de por medio, los que mandan, y sostienen el bloqueo en el que permanecemos varados, son los intereses particulares, más o menos confesables o legítimos, que determinan las posiciones de aquellos que dicen postularse para administrar lo de todos.
Son notorios los intereses ligados a las perspectivas y la estrategia de las diversas fuerzas políticas. Que cuando se sientan a negociar (o cuando no se sientan) los dirigentes de cada partido llevan en mente las consecuencias que obrar de tal o cual manera (o abstenerse de hacerlo) puede tener en el futuro de las siglas a las que representan, es un hecho que se da por descontado y que en la coyuntura actual se hace más perentorio. Las nuevas fuerzas son como plantas con pocas raíces, que tienen ante todo la preocupación de agarrar y vacunarse contra el riesgo de ser flores políticas de un día. Las viejas fuerzas se enfrentan a magnitudes (de voto y escaños) que las sitúan en el borde de su línea de flotación. Hacer algo que las conduzca a perder aún más apoyos puede amenazar su supervivencia, o cuando menos su relevancia futura en la gobernación del país. En ambos casos, el efecto es el mismo: no importa tanto lo que sea necesario para enfrentar los problemas y desafíos que nos acucian como la lectura, en términos de repercusión electoral, de las alianzas y hasta las abstenciones que sirvan para permitir formar un gobierno.
Siendo esto en buena medida decepcionante, e indicativo de una importante disfuncionalidad en la democracia española, que permite que durante ocho largos meses los intereses de todos cedan ante los de esos simples instrumentos de representación que son los partidos políticos, no es lo más grave ni lo más alarmante de todo.
Lo preocupante es la sospecha, que cada semana que transcurre en este 'impasse' se acerca más a la convicción, de que hay otros intereses que están empantanando y difiriendo las soluciones que nos urge poner en práctica, intereses que no están ligados ni siquiera a un colectivo, y que tienen que ver con las aspiraciones y expectativas (o visto desde el lado opuesto, los riesgos y temores) de personas concretas. Personas que son capaces de torcer o atascar las decisiones de las organizaciones que lideran o aspiran a liderar, personas que en función de sus programas y sus agendas particulares, estorban y condicionan lo que el conjunto de la ciudadanía demanda y requiere. Hay un punto en el que la ambición política se convierte en una calamidad: cuando se pierde de vista que todo está supeditado a ese interés general que ya lleva ocho meses en el limbo.
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